lunes, 10 de febrero de 2020

ELEPHANT


Una representación de una serie de asesinatos violentos en Irlanda del Norte sin tener idea de quién es exactamente el responsable, no sabes si son protestantes o católicos, republicanos o unionistas. Todo lo que sabes es que alguien está en camino hacia su muerte o en camino de matar a alguien.


¿Qué es el terrorismo? Difícil contestar. Seguramente habrá mil respuestas dependiendo del interpelado.
Tal vez la mejor definición la encontrara el cineasta Alan Clarke, al definir la lucha armada en Irlanda del Norte como “algo tan difícil de ignorar como un elefante sentado en tu comedor”.
Y es que lo que para unos puede ser una especie de guerra para conseguir lo que consideran aspiraciones legítimas, será terrorismo para sus oponentes. Igual que es terrorismo de estado para quienes son detenidos o mueren en enfrentamientos con la policía, lo que para el resto de los ciudadanos no es sino un intento de controlar y plantar cara a los desmanes y las muertes que provocan este tipo de organizaciones.


Es difícil encontrar un lenguaje para hablar de asuntos como este, así que el británico Alan Clarke, opta por mostrarnos 18 asesinatos, uno tras otro, sin que conozcamos los motivos de los asesinos, ni la razón por la que las víctimas han sido señaladas. Lo hace mostrándonos la "eficacia" y frialdad con que actúan quienes aprietan el gatillo.
Apenas tres líneas de diálogo en un film, hecho para la televisión, en el que el silencio opresivo es roto únicamente por el sonido ambiente, los pasos resonando en calles solitarias o en el espacio cerrado de trabajo de la víctima, el ruido de los motores de los automóviles o de sus neumáticos al arrancar de forma apresurada para escapar del lugar del crimen y, sobre todo, el sonido aterrador de los disparos.
La obra de Clarke intenta que la mirada despierte, que la sensibilidad despierte, que se advierta el elefante en la habitación, que se deje de negar un problema o conflicto obvio, que se reconozca lo monstruoso para poder extirparlo, que se reconozca una infección para poder tratarla y curarla.
Al fin y al cabo lo que nos muestra es la verdad, pero también nos hace reflexionar sobre otras cosas como la fragilidad de la vida humana: ahora estás, ahora ya no estás; sobre la falta de escrúpulos de quienes disparan, de manera mecánica, casi como autómatas, como quien desarrolla un "trabajo" rutinario y también sobre nuestra propia indiferencia, pues al principio, ante los primeros crímenes, parece que reaccionamos, se nos pueden poner los pelos de punta, pero al ver repetidos una vez y otra los mismos gestos y actos, nos acostumbramos, incluso alguno se llegará a aburrir. Es cierto que sabemos que son actores, que aquello es una representación, pero, por desgracia, esa indiferencia es patente en la realidad.
Los crímenes se nos presentan en cualquier ámbito, en el trabajo, en la comodidad del hogar, en la ciudad, en el campo, con la víctima sola o acompañada... No sabemos nada más, ni quien es el que dispara, ni quien el que muere, de hecho, suponemos por la vestimenta, los coches y el entorno urbano que estamos en la Irlanda del Norte de los setenta, pero alguien que vea el film y no sepa nada de este conflicto concreto, puede pensar que son simples asesinos a sueldo actuando en ajustes de cuentas mafiosos.




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