La pareja formada por Anne (Juliette Binoche) y Georges Laurent (Daniel Auteuil), son el retrato del típico matrimonio burgués de relevante status cultural, que lleva una vida acomodada, con su casa parisina repleta de libros, aunque la relación del matrimonio no está exenta de problemas.
George presenta un programa literario en televisión que incluye entrevistas a personajes reconocidos; las cenas que ofrecen en su casa, son brillantes, aunque hay tensión en ellas. La incomunicación preside la vida de la pareja, Anne parece estar al borde de vivir una aventura con un amigo de la familia y Pierrot (Lester Makedonsky), el hijo adolescente que forma parte del equipo de natación del instituto, es monosilábico y se dedica a salir en ocasiones con sus amigos por las noches.
Pero esto no es nada comparado con la situación que les va a tocar afrontar cuando, de buenas a primeras, comienzan a recibir unos paquetes anónimos que contienen cintas de vídeo, grabadas desde la calle en las que aparece su casa, y unos dibujos inquietantes cuyo significado es un misterio. No saben quién los envía, pero las secuencias que aparecen en las cintas son cada vez más personales, lo que parece indicar que el remitente los conoce desde hace tiempo. Georges siente que una amenaza se cierne sobre él y su familia, pero, como no hay evidencias de delito alguno, la policía se niega a ayudarlo.
Michael Haneke tiene un estilo peculiar, de eso no cabe duda, de gran perfección técnica, alabado por la crítica y no siempre entendido por el público que suele calificar sus películas con adjetivos tan dispares como obra maestra o muestra de pedantería.
Este film no escapa a tales juicios y en la Seminci vallisoletana llegó a recibir abucheos y silbidos por una parte de los espectadores.
Este film no escapa a esa manera de elaborar su cine que tiene el director austriaco, en apariencia es un thriller, Haneke, hábil manipulador del espectador, sabe que el recurso de las cintas de vídeo le va a atrapar, pero su mensaje, su reflexión, va por un lado totalmente diferente, a él la intriga del asunto le importa poco y, en el fondo, lo que se esconde es una crítica, nada sutil, aunque para algunos escondida, de la respuesta de nuestras sociedades a lo diferente, el miedo a esos que nos han llegado de fuera, que nosotros, muy modernos y democráticos decimos que hemos acogido, incluso integrado, pero a los que seguimos teniendo pánico. Incluso la crítica va algo más allá, pues se extiende también a ellos mismos, representados en este caso por los argelinos franceses y sus descendientes, que llevan años en su país de adopción, pero a la menor contrariedad, se siguen victimizando ellos mismos en lugar de afrontar su realidad.
Es una película incómoda porque, en la línea propia de Haneke, contiene muchas preguntas y apenas respuestas y, desde luego, al que se la tome al pie de la letra, al que pretenda ver un relato transparente y lógico, cuando por el contrario el lenguaje es críptico y lleno de claves que no siempre apreciamos, no le va a gustar en absoluto y la va a considerar una auténtica tomadura de pelo y más cuando en ocasiones el realizador no tiene ningún empacho en que parezca aburrida, en que nos de la impresión de que nada ocurre para, una vez más, manipularnos y con esa aparente sensación de lejanía entre espectador y narración, hacernos sentir partícipes, sentir que no somos inocentes, ni solo meros espectadores de aquello que está criticando.
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