Tras haber huido inicialmente, un sacerdote estadounidense (Henry Fonda), que ejerce su ministerio en un país mil millas al norte o al sur del Canal de Panamá (así dice el prefacio del film), decide enfrentarse al poder cuando una mujer indígena de nombre María Dolores (Dolores del Río) le pide que se quede, pues en el pueblo falta una autoridad eclesiástica para bautizar y dar la comunión a la comunidad de creyentes que lo esperan y lo necesitan. Ante esa petición el sacerdote decide permanecer y restablecer el servicio llamando a la comunidad a través del sonido de la campana, enfrentándose con eso a las autoridades, pues la libertad de culto ha sido abolida.
Una vez rehabilitada la pila bautismal comienza a bautizar, empezando por la hija de María Dolores.
Mientras tanto otro fugitivo, un bandido asesino llamado "El Gringo" (Ward Bond) llega a la capital, a Puerto Grande. Más adelante, tendrá una participación decisiva en el devenir de la historia.
Quien trata de velar por el cumplimento de las nuevas normas es un teniente (Pedro Armendáriz), cumplidor en exceso, que vive obsesionado con detener a este último sacerdote que ha vuelto a reactivar la Fé entre las comunidades indígenas.
Este jefe de policía y su cuadrilla deciden visitar el pueblo del que hemos hablado, puesto que han oído que el sacerdote ejerce allí su ministerio.Cuando se personan descubren que efectivamente la iglesia ha sido restaurada. En el interior, el jefe de policía descubre a María Dolores que resulta ser su novia. Esta había abandonado su pueblo, al quedarse embarazada. María Dolores le enseña a la hija de ambos y el policía percibe que la niña está bautizada.
Reúnen a toda la comunidad indígena y les avisan que han de dar información. Como todos se niegan a delatar al sacerdote, el jefe de policía se lleva al alcalde preso para juzgarlo y ajusticiarlo. En este momento el sacerdote se ofrece a ser él al que se lleven, sin revelar su condición, pero el policía se niega.
Una vez fuera la partida del pueblo, el sacerdote decide salir del mismo para salvar su vida. En el camino se cruza con El Gringo de quién desconoce su identidad y se encuentra con un indio que se va a convertir en su sombra y su desgracia. Se trata de un confidente de la policía que sólo quiere cobrar la recompensa y quedarse con las pertenencias del sacerdote, su mula, su cáliz, su maletín y beberse el vino consagrado. Se supone que le acompaña hasta Puerto Grande y allí le acabará denunciando a la policía.
El guión se basa en la novela de Graham Greene "El poder y la gloria".
La novela cuenta la historia de un sacerdote católico que se encuentra en el estado mexicano de Tabasco durante la década de 1930, un tiempo en que el gobierno mexicano luchó por suprimir a la Iglesia Católica en varias áreas del país, época conocida como la Guerra Cristera y que presenta la idea del poder de los sacramentos católicos, enfatizando en la idea de que estos pueden cambiar las vidas para bien, sin importar el sacerdote que los administre. El poder y la gloria desarrollaba con intensidad progresiva un interesante estudio acerca de las dudas, dilemas, tentaciones, esperanzas y redención de un cura embarcado en una fuga que, por designios del Señor, no es sino el sinuoso camino hacia su particular Calvario.
En la película vemos un personaje atormentado por lo que cree que son sus faltas, el orgullo, la arrogancia moral, la hipocresía. Una falta abstracta con la que parece que Ford reemplaza las faltas concretas que aparecen en la novela de Green, la simonía, el alcoholismo, la fornicación y que no figuran en la película, entre otras cosas porque el Código de Producción vigente en el cine norteamericano, hubiera hecho complicado tratar estos asuntos.
Es una película diferente absolutamente al resto de la producción de Ford, como si el realizador estadounidense se hubiera acercado a una manera más europea de hacer cine, de hecho, hay quien observa en la película, similitudes al cine que harán más adelante Buñuel o Rossellini, por ejemplo.
Quizá el guión no acabe de convencer (esto es una opinión personal) y algunos tramos del film resultan poco menos que inverosímiles, como toda la escena en la que el sacerdote va a comprar vino. O lo del indio interpretado por J. Carrol Naish, que a ratos resulta penoso. Igual que una especie de reencarnación de algunas figuras de los Evangelios en personajes del film, como Mª Dolores, una especie de moderna Magdalena; El Gringo, en quien parecen atisbarse similitudes con el Buen Ladrón; o ese Judas redivivo que sería el indio delator. Pues bien, en ninguno de los casos, repito que a mi parecer, están bien conseguidas esos paralelismos.
Discutible también esa particular apología del sacerdocio que hace Ford, pero esto queda más al gusto de cada cual.
Sin embargo, en los aspectos técnico y puramente artístico, nos encontramos a un Ford al que difícilmente vamos a ver a lo largo de su extensa filmografía, jugando con la iluminación y las sombras (gran trabajo del director de fotografía, el mexicano Gabriel Figueroa, habitual en las películas del Indio Fernández), experimentando con la cámara, buscando tomas y ángulos originales, utilizando la arquitectura como decorado lleno de simbología...
A Ford le llovieron las críticas por este film, incluso de su entorno cercano, pero él siempre decía que estaba contento con el resultado, en lo que algunos historiadores del cine han querido ver una cabezonería del realizador, como si no quisiera dar su brazo a torcer, pero yo pienso que quizá era sincero y que, simplemente, se lo pasó bien haciéndola, haciendo cine, al fin y al cabo.
La película cuenta con un gran número de técnicos y actores mexicanos, se rodó en México y en la banda sonora se escuchan algunos aires típicos del país azteca.
Fue un gran fracaso de taquilla y quizá fuera una de las razones por las que Ford se dedicó, al menos durante algún tiempo, a hacer películas consideradas más comerciales, aunque no menos brillantes.
Película extrañísima, muy estilizada, fallida para mucha gente. No era la primera vez que Ford utilizó el expresionismo (véase El delator y Hombres intrépidos), ni sería la última, aunque sí en la totalidad de la película. Enésima colaboración con Fonda. Para mí, cine de altura.
ResponderEliminarPara mí también.
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