Erin Grant (Demi Moore), acaba de perder la custodia de su hijo en favor de su exmarido y, lo que es peor, a ello se une que ha perdido su trabajo, una de las causas principales por las que el juez falla en favor de su cónyuge y que además le priva de ingresos para llevar adelante la apelación.
Para remediar su situación económica, Erin comienza a trabajar en el Eager Beaver, un club de striptease en Fort Lauderdale, lo que le permitirá ganar dinero y hacerlo rápidamente.
Durante la despedida de soltero de Paul Guber (Matt Baron), el novio, que está borracho, sube al escenario y sujeta a Erin antes de que el encargado de la seguridad del local pueda evitarlo y sin que la chica pueda zafarse de él. Uno de los clientes del club ataca a Guber con una botella de champán, tras lo que se organiza un alboroto en medio del cual el atacante desaparece a toda prisa y el novio tiene que ser hospitalizado.
El hombre de la botella es el congresista David Lane Dilbeck (Burt Reynolds). Uno de los fans de Erin, un librero llamado Jerry Killian (William Hill), reconoce a Dilbeck y trata de chantajear al congresista para que influya en el juez a favor de Erin cuando se revise la causa por la custodia de su hijo.
Basada en una novela de Carl Hiaasen, el guión podría haberse decantado por dar más peso a la trama, digamos seria, que sustenta el film, es decir, la parte de historia policiaca que tiene, con el chantaje al congresista, sus conexiones con una especie de mafia del azúcar y los muertos que va dejando por el camino.
Pero opta por el camino sencillo que permitió que la película fuera un éxito momentáneo y que se vendiera como rosquillas en los videoclubs a costa del reclamo de ver la carne de la protagonista. Da la impresión de que los guionistas escribieron lo que les hacía gracia a ellos y a nadie más y, por si fuera poco, parecen tratar de darle a los bailes de Demi Moore un aire como de cabaret, cuando no son más que danzas de striper y el resultado es más penoso aún.
En fin, un bodrio que no hay por dónde coger, con la aparición de Burt Reynolds que sólo sirve para añadir más caspa al film. A la única que salvo es a la propia Demi Moore, no porque lo haga bien o mal, sino porque le soltaron 12 millones de dólares de hace veinte años, así que le salió a 6 millones por cada una de las dos siliconadas razones que muestra en un par de secuencias. No está nada mal, por ese dinero a saber lo que estaríamos dispuestos a hacer los demás.