miércoles, 19 de octubre de 2016

DON QUIJOTE DE ORSON WELLES

Tras leer un ingente número de novelas sobre caballeros y las heroicas aventuras que les acontecen, Don Quijote (Francisco Reiguera) y Sancho Panza (Akim Tamiroff), su criado y escudero, deciden recorrer los caminos de España para dar protección a los débiles y buscar que la justicia resplandezca.
Pero el mundo real al que se enfrenta el caballero, no es tan mágico como el que reflejan las novelas de caballería y Don Quijote se representa en su imaginación.
Al igual que en la trama del clásico de Cervantes, el manchego caballero se enfrenta a los molinos de viento creyendo que son gigantes, pero para su desgracia, se las arregla para salir derrotado por ellos y que su cuerpo quede maltrecho y molidas sus costillas.
El desempeño del caballero ya era anacrónico en la época en que Cervantes escribió su novela, lo cual refuerza el desgarro que produce el personaje al enfrentarse a lo que su mente enferma imagina, cuando la aventura tiene lugar en época contemporánea.
En una vuelta más de tuerca, al igual que Cervantes hiciera en su momento, Welles traslada al caballero y a su escudero a la época en que se produce el rodaje, por lo que decide modernizar la ambientación.


Jesús Franco (Jess Franco), era amigo personal de Orson Welles, fue el encargado de la segunda unidad en Por quién doblan las campanas y yo no sé si porque ya andaba detrás de ello, o porque se lo encargaron para estrenarla en los fastos de la Expo de Sevilla, el caso es que se puso a rebuscar por do quiera que andaban los negativos que en su momento, Welles había ido rodando de este inconcluso proyecto. Una obra personalísima del realizador norteamericano, enamorado de España y que conocía la novela de Cervantes al dedillo y en su idioma original.
Años y años de rodaje discontinuo jalonan lo que queda del film que pretendía Welles y que, en palabras de Jesús Franco, no está claro que hubiera acabado de haber seguido con vida, pues siendo como era un maniático (en el mejor de los sentidos) del montaje, un perfeccionista capaz de repensar lo que escribía una vez y otra, seguramente no hubiera estado nunca satisfecho del resultado final. Welles señaló que no haber acabado la película no era un problema de presupuesto, él iba poniendo lo que sacaba de sus películas como actor o director y lo que sus amigos le iban dando (Frank Sinatra invirtió 25.000 dólares, por ejemplo) y como era un tipo al que los actores querían, Reiguera y Tamiroff, estaban dispuestos a acudir cada vez que les llamaba.
A partir de aquí nace la primera disputa sobre el film de Franco, ¿era lícito montar las imágenes y exhibir este refrito que nos trae el realizador español, o hubiera sido mejor respetar la decisión de Welles de no estrenar el film?


Lo cierto es que el cinéfilo y los admiradores de Orson Welles, de este modo tienen acceso a lo que el maestro rodó en su momento y a deleitarse con algunas de las cosas que se ven en la cinta, los trabajados planos y contraplanos; los maravillosos travellings en los que se ve a los dos protagonistas por la manchega llanura, con sus siluetas recortadas contra el horizonte, los juegos de luces y sombras; algunos de los movimientos de cámara que experimenta Welles y la genialidad de traer a Don Quijote al presente (que serían aproximadamente principios de los sesenta del pasado siglo), como Cervantes había hecho en su momento.
Sin embargo, por contra, en su afán de rendir homenaje a su amigo, Franco introduce imágenes en las que se ve al propio Welles recibiendo un premio en Jerez o buscando localizaciones para el film y mete algunas imágenes que yo no tengo nada claro que rodara Welles o si están sacadas de otro lugar, además de algunos episodios realmente lamentables, como aquel en que se enfrenta a los penitentes, con imágenes de una procesión rodada de noche, mientras Don Quijote acomete contra ellos a plena luz del día; o el deambular de Sancho por las calles de Pamplona en plenos Sanfermines, preguntando si han visto a su amo, mientras transcurren minutos y minutos de metraje. No sé lo que hubiera opinado Welles de este montaje que se torna surrealista en el peor sentido del término.


Es una película para amantes del cine, con muchos defectos debidos, todos ellos a Franco, que por otro lado, nos brinda la oportunidad de entrever lo que Orson Welles quería hacer en un proyecto que era enteramente suyo de principio a fin, retratando no solo a los personajes cervantinos, sino a la España del momento, un país al que amó sinceramente hasta el punto de que sus cenizas vinieron a dar aquí por expreso deseo suyo.
Yo me pregunto por qué Jesús Franco hizo luchar a Don Quijote con los molinos, que yo no tengo claro que estuviera en mente de Welles y no introdujo la escena que es paradigma de lo que de verdad quería hacer el maestro de Wisconsin y que se puede ver en youtube con el título de Los seis minutos más bellos de la historia del cine, en la que podemos ver a Francisco Reiguera y Akim Tamiroff junto a Patricia McCormack que interpreta el papel de una niña llamada Dulcita.




2 comentarios:

  1. La recuerdo vagamente, pero como de la novela de Cervantes ya se han hecho distintas versiones, no sé la que será mejor.

    Abrazo Trecce.

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    1. De haber concluído su proyecto, creo que Welles habría hecho una adaptación diferente, muy original.

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