martes, 12 de mayo de 2015

LA GRAN DESMEMORIA


Aún sigo preguntándome por qué este libro ha causado tanto revuelo en algunos sectores, como no sea porque se le puede tachar de oportunista, pero también se podría decir eso de los que se publican este año sobre la I Guerra Mundial.

Tal vez sea porque se desmitifica la actuación del Rey en la noche del 23-F y después del libro sobre la Reina de la misma autora, en ciertos círculos eso suena a deslealtad por parte de alguien que tuvo abiertas las puertas de la Zarzuela, al menos más abiertas que otros.

En fin, sea lo que fuere, lo cierto es que el libro tampoco cuenta nada que no sepamos, ningún descubrimiento especialmente llamativo que llevarse a la boca tras leer el grueso volumen. Todo, o casi todo, lo que nos relata, está publicado, incluso las opiniones o conjeturas que hace Pilar Urbano sobre algunos acontecimientos que se desarrollaron sin testigos, ya han sido vistas, imaginadas o interpretadas por otros de una manera similar a como lo hace ella.

Se podrán criticar las formas, el momento, la oportunidad, pero creo que tras la instrumentalización del personaje de Suárez a la que hemos asistido en los día previos a su fallecimiento y después de producirse este, convenía refrescar la memoria de los españoles, porque no sólo Suárez, desgraciadamente, había perdido la memoria, su muerte trajo que se rebobinara la historia y, sin embargo, solo nos habíamos quedado con la carga de emotividad y honradez que proyectaba el hombre solitario piloto de la Transición. Pero hay otra verdad, y en ella están todos los claroscuros que rodearon a este personaje que forma parte, por méritos propios de la historia reciente de nuestra nación, entre ellos la desafección del Rey que había apostado por él de manera arriesgada (algo que no debemos olvidar), eligiéndole entre personas con mucho más nombre y mejores apoyos. Suárez había vestido la camisa azul y toda su vida política se había desarrollado en puestos de responsabilidad del Régimen, sin embargo D. Juan Carlos tuvo la visión de ver en él lo que otros le negaron, mirándole por encima del hombro. La Transición, con sus pros y contras, se demostró como un ejercicio brillante de integración y superación de los males que la sociedad arrastraba desde la Guerra Civil y Suárez fue su principal muñidor.

Después vino el momento del descenso, con la economía en caída libre, paro galopante, ETA asesinando y secuestrando un día sí y otro también y Suárez encerrado en la Moncloa, traidor para unos y despreciado por otros. Con el PSOE ansioso por tocar poder, El Alcázar y El Imparcial sirviendo de altavoces a la derecha más rancia, Tarradellas pidiendo un golpe de Timón, los cuartos de banderas convertidos en conciliábulos involucionistas y la propia UCD conspirando contra su jefe.



En estas circunstancias se empieza a dibujar la llamada solución Armada, por ser el general Alfonso Armada, hombre cercano al Rey, quien se postulará, a la manera de De Gaulle en el 58, como cabeza de un gobierno de salvación o de concentración que buscaría ser votado por el Parlamento y obtener poderes extraordinarios durante un tiempo limitado con el objetivo de sacar a España del caos en el que estaba sumida. El PSOE, algunas familias de la UCD y la CD de Fraga, habían sido sondeados y estaban dispuestos a dar los pasos oportunos, aún siendo conscientes de que aquello no era constitucional, pero con la disculpa tantas veces oída a lo largo de nuestra historia de que la patria exigía tomar decisiones drásticas, la frágil nave de la democracia navegaba rodeada de tiburones.

Pilar Urbano no dice en su libro que el Rey ordenara el asalto al Congreso, lo que hace es explicar con todo lujo de detalles, lugares, fechas, personajes, reuniones, encuentros, citando fuentes, algunas de ellas todavía vivas, de la llamada “Operación Armada”, aceptada por el monarca. La dimisión de Suárez les dejó sin argumentos, había que abortar aquello, pero Armada ya había cogido velocidad, le dio cancha a Tejero y éste, con unos cuantos guardias civiles, algunos de los cuales dieron aquella pésima imagen de matones y chulos, asaltó el Congreso.

El juicio posterior, fue una pantomima, en el que el propio presidente del tribunal se erigió en defensor de aquellos a quienes no convenía presionar demasiado, como Enrique Múgica, y el Ejército Español, al menos los mandos presuntamente implicados, dieron la penosa imagen de cobardía del sálvese quien pueda acogiéndose al argumento de la obediencia debida. Únicamente el Comandante Pardo Zancada asumió la responsabilidad de sus actos, los demás trataban de cargárselos a otros con tal de salvar su puesto en el escalafón.

Hacía tiempo que un libro no me entretenía tanto y este lo ha hecho no por la calidad de su prosa o por lo interesante que pueda resultar, sino porque en mi caso particular estaba pasando por delante de mí una parte de mi vida, de los lejanos años en lo que, casi un niño, asistí como espectador o como figurante a esa página de la historia que conviene recordar y debatir, porque no todo lo que la verdad oficial ha dicho sobre aquello acaba de convencernos negro sobre blanco.

Esta reseña fue publicada en HISLIBRIS






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