En 1683, el Imperio Otomano estaba en su máximo esplendor.
Las victorias obtenidas durante los meses precedentes en territorio húngaro, que entonces marcaba la frontera con Turquía, convencieron al sultán Mehmed IV que accedió a la propuesta del Gran Visir Kara Mustafá Pasha (Enrico Lo Verso) para avanzar sobre Viena.
Kara Mustafá estaba en una situación inestable y necesitaba una gran victoria para apuntalar su prestigio, nada mejor que la conquista de Viena que siempre había sido una aspiración estratégica del Imperio Otomano, debido al control que otorgaba sobre las rutas comerciales del Danubio.
Los turcos habían conseguido reunir un ejército de 300.000 hombres, el mayor desde los tiempos de Saladino, que se puso en marcha sobre la capital del Sacro Imperio en el verano de 1682, aunque la logística de la época aconsejó retrasar el ataque hasta la primavera siguiente, un retraso que permitió al rey Leopoldo I (Piotr Adamczyk) pedir ayuda al Papa Inocencio XI que convocó a la cristiandad para formar una Liga Santa, llamada a la que acudieron todos los reinos cristianos de Europa, unos con tropas y otros con dinero (como fue el caso de España), excepto Francia.
La habilidad estratégica del rey de Polonia, Juan III Sobieski (Jerzy Skolimowski) y la fe de un monje italiano, Marco D'Aviano (F. Murray Abraham), asesor de Leopoldo I, salvarán a occidente de la amenaza otomana.
La película narra, a su manera, el que a la postre sería el último intento de los turcos por invadir Europa Occidental. Su presencia a las puertas de Viena, supuso el momento de máxima expansión del Imperio Otomano y la consiguiente derrota, el principio de su declive.
Entre los guionistas, figura el prestigioso novelista Valerio Massimo Manfredi (autor, entre otros, de la trilogía "Alexandros" o "La última legión").
Se pone mucho hincapié en la influencia del beato italiano Marco D'Aviano, un influyente predicador, tenido por santo y autor de algunos milagros, que era llamado desde buena parte de las cortes europeas (entre ellas la de Carlos II de España), para pedirle consejo y recibir su bendición.
Renzo Martinelli intenta resucitar el cine espectáculo con historias de héroes plagadas de épica, pero el resultado es modesto, incluso por momentos da un poco de vergüenza y en los raros momentos discretos, te hace pensar en cómo podría ser un film de estas características que estuviera bien hecho, con unos diálogos que no fueran tan desalentadores y unos efectos bien manejados.
La película ha recibido algunas acusaciones de islamofobia, yo creo que no es para tanto, simplemente arrima el ascua a su sardina y, salvo el rey de Polonia, la imagen que da de los príncipes y monarcas occidentales, es la de unas cortes decadentes y, en el caso de Leopoldo I, un rey débil, pusilánime, afeminado y cobarde.
La batalla de Kahlenberg (por el monte en que se libró), que decidió la suerte de Viena, es cierto que fue breve y se resolvió por la vía rápida con la derrota de un desconcertado ejército otomano que doblaba en número a las tropas cristianas, pero aquí, aparte de ocupar solamente el final del film, se resuelve a base de primero planos y algunos efectos especiales, sin que tampoco resulte un espectáculo demasiado llamativo.
La he visto, creo que la podríamos catalogar como entretenida.
ResponderEliminarSaludos Trecce
Para mí, bastante poco conseguida, por ser suave.
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