En abril de 1865, el general del Ejército de Virginia del Norte, Robert E. Lee, rinde sus tropas ante el Ejército del Potomac. En Washington se suceden las celebraciones, pero la guerra, como tal, aún no ha terminado, focos rebeldes siguen activos y la situación es inestable en ese sentido.
Los vencidos guardan un terrible rencor contra los yankees y hay personas que no se resignan a la suerte de la guerra y planean venganzas. Este es el caso de un grupo de fanáticos sudistas que llevan tiempo planeando un atentado contra el presidente Lincoln (Gerald Bestrom), un proyecto que se lleva a cabo el 14 de abril de ese mismo año durante una representación teatral.
John Wilkes Booth (Toby Kebbell) dispara un tiro a bocajarro sobre el presidente que, aunque sobrevive, muere al día siguiente a causa de las heridas.
El autor es identificado rápidamente, ya que es actor y la gente del teatro le ha reconocido, sin embargo, el Secretario de Guerra, Edwin Stanton (Kevin Kline), cuando se conoce el nombre del asesino, pronuncia la frase que figura en el cartel del film: one bullet killed the president, but not one man (una sola bala mató al presidente, pero no un solo hombre). La teoría de la conspiración se pone en marcha y las detenciones se suceden, entre ellas, la de Mary Surrat (Robin Wright), madre de uno de los conspiradores. ¿Pero realmente Mary ha participado en la conspiración, o su delito es ser la madre de uno de los conspiradores?
El film narra la historia del asesinato del presidente Lincoln y la detención y posterior juicio de quienes participaron en el magnicidio, centrándose en la figura de Mary Surrat, que regentaba una pensión en la que tuvieron lugar las reuniones preparatorias.
El senador por Maryland Reverdy Johnson (Tom Wilkinson), recibe una carta de ella para que la defienda en el juicio ante un tribunal militar y aunque Johson se esfuerza para que sea juzgada por civiles en un juicio con jurado, no lo logra, llegando al convencimiento de que la larga mano del Secretario de Guerra está manejando los hilos para obtener una condena dura en un juicio rápido que anuncie a los vencidos lo que les espera ante cualquier veleidad de oposición al nuevo statu quo de la nación.
El senador pone al frente del caso a su joven pasante Frederick Aiken (James McAvoy), que ha combatido en el ejército vencedor como capitán, habiendo sido herido en combate, estima que si la Sra. Surrat tiene alguna posibilidad de salvación, esta pasa por las manos de un joven capitán del ejército de la Unión, antes que por las del viejo senador sureño.
Pero Aiken, como casi todo el mundo, está convencido de la culpabilidad de la acusada, hasta el punto que tras su primera entrevista, esta exclama: Nada han dejado al azar.
La actitud de Aiken va cambiando a lo largo de la vista y se esfuerza en demostrar la inocencia de su defendida, algo que le acarrea la animadversión de la sociedad local y hasta de su prometida, que opta por abandonarle, pero Aiken está convencido de que Mary Surrat va a pagar los platos rotos por su hijo John (Johnny Simmons), que se encuentra huido.
La bella fotografía de Newton Thomas Sigel, utiliza filtros que proporcionan una tonalidad sepia a algunos planos, buscando un paralelismo con las fotos de la época que han servido para ambientar el film, una ambientación, por cierto, muy conseguida, con unos maravillosos decorados que nos trasladan al escenario de los hechos.
Evocadora banda sonora que se remata con la maravillosa canción Empty, de Ray LaMontagne, mientras desfilan los títulos de crédito finales.
En la película participan, con cierta brillantez, unos cuantos secundarios, algunos no muy conocidos, pero cuyas caras nos suenan de pequeños papeles en cine o televisión (no hablaremos del teatro, pues la mayoría de nosotros, creo que no puede ir a Broadway a menudo, ¡qué más quisiéramos!), puede resultar un entretenimiento para el cinéfilo, ir adivinado de dónde le viene a la memoria este o aquel rostro.
La crítica, en general, ha visto en la película de Redford, algunas concomitancias, o al menos llamadas de atención, sobre situaciones actuales. Sabida es su militancia progresista y a nadie se le escapa que frases, como la del fiscal del caso (en tiempos de guerra, callan las leyes), pueden ser santo y seña de situaciones como la de Guantánamo, sin ir más lejos. Qué decir del alegato final de Aiken, cuando se queja de aquella mujer haya sido sometida a un tribunal militar y se desprecien algunos de sus derechos civiles: Muchos luchamos por defender los derechos constitucionales y algunos dieron su vida por ello.
En general, buenas actuaciones, con una Robin Wright que nos acerca, desde su rostro desolado, la tragedia de una madre que teme por su hijo y está dispuesta a lo que fuere por salvarle, y un James McAvoy que va ganando aplomo conforme avanza su interpretación, porque la verdad es que en algunos pasajes parece un personaje actual maquillado y con barba postiza trasplantado a otra época, sobre todo durante el juicio, en el que se desenvuelve más como el abogado que vemos en las pelis o los telefilmes actuales, que como lo haría un letrado de mediados de XIX, puede que para preparar su papel, leyera los libros de historia equivocados.
Al final, Redford no toma partido sobre la culpabilidad o inocencia de la acusada y lo que hace, a través del film, más que reivindicar su figura, es proporcionarle ese juicio imparcial del que se le privó en su momento, para que sea el espectador quien emita su veredicto.
Interesante... pero cinematográficamente la historia creo que está desaprovechada.
ResponderEliminarYo también lo creo. Las intenciones de Redford están claras, pero cuando estás viendo la peli, notas que le falta algo.
EliminarBuen argumento y tal como lo cuentas debe de ser muy de interés el verla por razón de los personajes que intervienen.
ResponderEliminarBuen post.
Redford suele hacer películas que buscan una visión distinta de la tradicional.
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