Victoria (Emily Blunt), hija del duque de Kent, es considerada por todos como la heredera legítima al trono de Inglaterra, pues ninguno de sus tres tíos ha tenido descendencia, incluído el actual monarca, Guillermo IV (Jim Broadbent).
Durante su infancia y juventud, Victoria vive prácticamente recluida en el Palacio de Kensington, sometida a un particular sistema educativo, llamado el "sistema Kensington", un conjunto de reglas y protocolos elaborados por su madre y su ambicioso y dominante mayordomo, sir John Conroy (Mark Strong), que según algunos rumores era amante de la duquesa. Merced a ello, Victoria no puede leer novelas, ni bajar sola las escaleras, ni recibir a personas que no tengan el visto bueno de su madre y de Conroy, entre otras muchas extravagancias. El sistema pretendía hacer de ella una mujer débil y sometida a los dictados de ambos, algo que se puso de manifiesto cuando contrajo una fuerte fiebre durante una estancia en Ramsgate, en octubre de 1835 y su madre y Conroy, intentaron, aprovechando su debilidad, que firmara un documento nombrando a éste su secretario personal, algo a lo que Victoria se negó.
El rey de Bélgica, Leopoldo (Thomas Kretschmann), envía a Alberto Saxe-Coburg und Gotha (Rupert Friend) y a su hermano a Inglaterra para que conozcan a su prima Victoria, pues abriga la esperanza de casar a Alberto con Victoria que, a su vez, le recibe favorablemente. Sin embargo habrá de pasar algún tiempo hasta que Victoria, ya coronada reina, pida a Alberto en matrimonio, el 15 de octubre de 1839. Ambos se amaban.
El guión ofrece unas pinceladas sobre la infancia y juventud de la heredera, su vida familiar y sus conflictos con su madre y el secretario de esta, durante los que cuenta con el apoyo de su institutriz, la baronesa Louise Lehzen (Jeanette Hain), para centrarse después en el año que antecede a su reinado y los primeros pasos tras su coronación.
En realidad, estamos ante una historia romántica, si bien, en líneas generales, la narración respeta los acontecimientos históricos, a pesar de tomarse alguna importante licencia en beneficio de la dramatización del relato.
Estupenda la ambientación, la fotografía y el vestuario, por el que obtuvo el Oscar de aquel año, la película se beneficia de unas espléndidas interpretaciones, con una Emily Blunt que realiza un magnífico trabajo, la sencillez con la que da vida a su personaje hace que parezca algo carente de dificultad, además el buen feeling con Rupert Friend, en las escenas románticas o con Paul Bettany, que da vida al personaje de Lord Melbourne, hacen que sus apariciones las veamos con sumo agrado.
El realizador, Jean-Marc Vallée, se mueve a lo largo del film al borde de lo pasteloso, una inclinación que sabe evitar dando los giros adecuados a la historia cada vez que el edulcorante está a punto de arruinar la escena, dando paso a otras facetas de la personalidad de la reina que el film destaca: su inteligencia o su rebeldía; o incidiendo en otros aspectos como los conflictos que le acarrean sus relaciones con los partidos políticos.
Una película romántica, muy bien contada, fácil de ver y con una lección de historia, hábilmente dosificada y que no viene nada mal, precisamente para evitar ese peligro de caer en lo pasteloso a que antes aludía.
Estimable película.
ResponderEliminarDentro de lo que es, no está mal, con ese estilo british tan apreciable.
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