ROCHESTER (INGLATERRA)

Esta primavera tuve la oportunidad de darme un garbeillo, entre otros lugares, de alguno de los cuales ya he hablado en este blog, por Rochester, otra de esas ciudades donde cada piedra tiene su trocito de historia.

Como todos estos enclaves cercanos al paso de Calais, fue lugar a defender ante las ofensivas de los pueblos del continente. En realidad, ya en época romana existió una fortificación, para proteger un importante punto de cruce del río Medway y la Watling Street, una vía romana, donde construyeron un puente.

En ese mismo punto es donde se alza en la actualidad lo que resta del imponente castillo, cuya torre del homenaje del siglo XII, pasa por ser una de las mejor conservadas de todo el Reino Unido. A lo largo de la historia sufrió numerosos asedios, alguno de ellos muy famoso y tenía fama de ser inexpugnable, de hecho, si en alguno sucumbieron sus defensores fue a causa del hambre y las enfermedades, pero no a que sus muros fueran franqueados.

 

Otra de las joyas de la ciudad es su coqueta catedral de estilo normando.

El obispado de Rochester es el segundo más antiguo de Inglaterra, sólo el de Canterbury es más antiguo.

El edificio actual ha pasado por importantes restauraciones y lo que vemos en la actualidad es una copia bastante razonable de lo que debió ser el templo en el siglo XI.

 

Rochester está muy unida al recuerdo de Charles Dickens. El autor vivió en la zona una época de su infancia y regresó en los últimos años de su vida.

Algunos de los lugares que podemos ver aún en la actualidad, son reconocibles en alguna de las novelas del gran literato.

Aparte del museo que alberga muchas curiosidades relacionadas con él, una de las cosas más llamativas es el chalecito suizo que regaló a Dickens el actor francés Charles Fetcher, y que el novelista hizo levantar en la parte posterior de su casa en Gad's Hill. El lugar le sirvió de taller de escritura y refugio: allí trabajó en la redacción de El misterio de Edwin Drood, su novela póstuma. Después de su muerte, el chalet tuvo destinos variados y hasta fue una atracción turística en Londres, hasta que volvió a Rochester como parte del museo de Eastgate House.

Todos los años se celebra en la ciudad, en fechas variables, entre finales de mayo y principios de junio, el Dickens Festival. La edición de este año me la perdí por unos pocos días, pero ya la ciudad respiraba el ambiente propio, se podían ver por la calle personas disfrazadas de época, pero nada que ver con el momento álgido del festival en el que te cruzas por la calle con La Pequeña Dorrit, David Copperfield, el pícaro Fagin, el pequeño Oliver Twist o cualquiera del los personajes del universo de Dickens.

 

Si lo ya expuesto no fuera motivo más que sobrado para visitar Rochester, aún queda la posibilidad, simple y llana, de pasear por sus calles y dejarse empapar por el encanto que tienen estas ciudades del Condado de Kent ("El jardín de Inglaterra", no lo olvidemos). Calles y edificios de lo más evocadores, y sus amplios y verdes espacios de recreo y asueto, o las maravillosas vistas sobre el río Medway y, por más que la cocina inglesa no sea comparable a la de otros lugares más afamados, no se come nada mal en algunos de los pubs que salpican sus calles, si lo riega uno con una buena pinta y con el encanto del ambiente, pues está muy rico, la verdad.