Gus (Clint Eastwood), trabaja como ojeador de un equipo de beisbol y, mientras presencia un partido, se da cuenta de que algo no funciona bien en sus ojos. Cuando va a consultar al médico, este le dice que puede haber un glaucoma y corre peligro de perder la visión.
El equipo le ha encargado que siga las evoluciones de un nuevo talento que compite en las ligas menores, para ver si merece la pena hacerse con sus servicios y, enterada de su problema de salud, su hija Mickey (Amy Adams), acude junto a su padre dispuesta a echarle una mano.
Mickey es una brillante abogada que está a punto de ser admitida como socia en un próspero bufete y su relación con Gus no es nada fácil, en buena medida por el carácter huraño del padre, un tipo difícil de tratar. A pesar de todo, Mickey no se deja llevar por el desánimo y está dispuesta a ser los ojos de Gus, incluso cuando los desplantes de éste se hacen más insoportables.
Debut en la realización de Robert Lorenz que, sin embargo, no es un recién llegado. Amigo íntimo de Clint Eastwood, es un habitual al frente de la segunda unidad en sus películas y, en buena parte, "culpable" de que el californiano decidiera volver a mostrarse como intérprete en una película tras veinte años sin hacerlo bajo la batuta de otro director que no fuera él mismo.
Aunque el director es otro, inmediatamente, desde las primeras secuencias, percibimos que esta peli lleva el sello
Eastwood, al menos el de algunos de sus últimos films y, a medida que avanza, imposible no acordarnos de
Gran Torino o
Million dollar baby, por ejemplo.
Sin embargo, no piensen que van a ver otra peli deslumbrante como estas que quedan nombradas, a este film le falta bastante para llegar ahí y pienso que buena parte de sus carencias provienen del mismo guión, todo es muy lineal, demasiado simplón y totalmente previsible.
Las actuaciones, correctas, con el placer que supone ver en pantalla a algunos viejos y veteranos secundarios facilmente reconocibles para el aficionado.
Dos interpetaciones sobresalen sobre el resto, el padre y la hija, Gus y Mickey, Amy y Clint, que conectan muy bien y algunos de cuyos diálogos, salvan toda la película por la brillantez que llegan a alcanzar. Y es que ambos, más que hacer brillar a sus personajes, consiguen sobrevir a ellos.
A mi me ha recordado a algunos telefilmes de los que ponen últimamente las tardes de domingo por lo excesivamente sentimental que resulta.
El bueno de Lorenz, parece que se ha limitado a meter a Eastwood en un campo de beisbol y esperar a que todo discurra por sí solo.
Si no fuera por la presencia en el film de quien todos sabemos, no sé siquiera si se hubiera llegado a estrenar en nuestros cines y menos tratándose de beisbol, aunque es verdad que aquí lo del deporte es lo de menos, porque el film nos habla de sentimientos, de relaciones entre personas y es una pena que le falte ese algo para haber dado el salto a una peli con más empaque.
Pero bueno, tenemos otra vez el placer de disfrutar del vaquero de San Francisco haciendo el papel que hace ultimamente, pero también el que mejor se le ha dado durante toda su carrera, el solitario, gruñón, egocéntrico y, a la vez, un pedazo de pan cuando se le toca la fibra adecuada. Y es que, aunque la piel se arrugue, el talento perdura.
Entretenida, con algunas buenas escenas (la visita a su mujer en el cementerio, que me recuerda a algo ya visto en alguna peli de
Eastwood, pero que es muy evocadora), muchos detalles que nos recuerdan a alguno de los útimos filmes de
Clint y una escena rescatada de
Harry el sucio que es todo un guiño a los incondicionales del mito
Eastwood.