Walter Tyler, del que nada sabemos aparte de su participación en los hechos que vamos a relatar sucintamente, permanece vivo en la memoria colectiva de los ingleses junto a otros líderes de las revueltas campesinas de 1381.
Estamos en plena Guerra de los Cien Años, cuando una epidemia de peste asola Inglaterra llevándose por delante a un tercio de la población. Una de las consecuencias fue la escasez de mano de obra, con el consiguiente aumento de los salarios y la posibilidad de la movilidad de los campesinos que, recordemos, estaban atados a la tierra por los derechos de señorío.
La nobleza estaba molesta con esta situación que consideraban un menoscabo de sus derechos, me los estoy imaginando vituperando a estos incultos campesinos, desagradecidos, que en vez de respetar y reverenciar a su señor y mantenerse con él a cambio de un mendrugo de pan, osaban cambiar de territorio y encima cobrar un salario. ¿A que os parece vergonzoso e intolerable?
El caso es que 1351 el Parlamento aprobó una especie de Estatuto de los Trabajadores para mantener bajos los salarios, cosa que, de hecho, resultaba imposible, porque los dueños de la tierra ansiaban que alguien recogiera sus cosechas y pagaban lo que fuera menester para no perderlas, pero el asunto despertó el resentimiento de los campesinos. Si a ese estado de cabreo, unimos la propaganda de los llamados predicadores itinerantes o lolardos, unos clérigos que predicaban doctrinas igualitarias (para lo que era la época, claro, no vayais a pensar en la revolución marxista ni nada de eso), la cosa estaba calentita.
En 1380, subieron los impuestos (esto me da que pensar que nuestros gobernantes actuales no son nada originales, siguen igual que en el siglo XIV), lo que provocó el estallido de las revueltas, primero en Essex y después en Kent, los indignados, perdón, quiero decir los rebeldes (en qué estaría yo pensando), toman Canterbury y desde allí se dirigen a Londres. En el camino se les unen miles de personas y cuando llegan a las puertas de la capital, se cree que había 100.000. El rey, Ricardo II, apenas un niño de catorce o quince años, va a su encuentro a bordo de una barca por el Támesis, pero al ver aquella concentración de gente, literalmente se acojona y manda dar la vuelta.
Ante la imposibilidad de reunirse con el rey, los levantiscos entran en la ciudad, incendian palacios de nobles, la cárcel de Newgate y toman la Torre de Londres.
Por fin consiguen reunirse con el rey y este firma todo lo firmable: Abolición de la servidumbre, del servicio feudal, de los monopolios y de la restricción de ventas, además del indulto para Wat Tyler y sus seguidores.
Sin embargo pide una nueva entrevista para el día siguiente, ya saben, sería como ahora, para hablar de los "flecos".
Tyler, después de lo fácil que le había resultado tomar Londres, va a parlamentar confiado, pero aquello es una trampa, le provocan y en la refriega que se produce, el Lord Mayor (el alcalde de Londres, para entendernos), le mata. El Rey consigue entretener a los seguidores de Tyler con buenas palabras (se ve que el crío aprendía deprisa), hasta que el Lord Mayor llega con refuerzos. Aquello fue el final de la revueltas campesinas.
El rey abolió todas las concesiones (perdón me he equivocado, diría, o algo así) y procedió a una feroz rrepresión.
La historia siempre se repite. Y ahora, como en los años de 1.380, tenemos indignados, cabreados y hasta estafados por la política. Lo que hacían entonces los nobles, lo hacen ahora los políticos, eso sí, con mejores palabras, pero el resultado el mismo: el currante se lleva el trabajo y los palos y ellos son los que en realidad viven... de los demás.
ResponderEliminarUn abrazo
Eso pensaba yo, José Luis, al repasar la historia de las revueltas campesinas inglesas: La historia, una vez más, se repite, los poderosos achuchan al débil y éste a pagar el pato.
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