Jeff Costelo (Alain Delon), es un asesino a sueldo que recibe el encargo de matar al propietario de un club nocturno.
Durante la investigación que se inicia nada más cometerse el crimen, es detenido por la policía junto con otros muchos sospechosos, y posteriormente puesto en libertad gracias al testimonio de Valérie (Cathy Rosier) y a la coartada que le proporciona Jeanne Lagrange (Nathalie Delon).
Costelo se verá acosado a un tiempo por el superintendente de la policía (François Périer), que dispondrá un amplio despliegue de hombres y medios y por los hampones que le encargaron el último trabajo, que tratarán de deshacerse de él por miedo a que los delate.
La película tiene todos los tintes del noir, pero es a la vez una especie de composición un tanto poética sobre la soledad.
Un hombre que va y viene por una ciudad fantasmal, vacía, ese París frío y lejano que nos muestra el director y que remarca el aislamiento del personaje protagonista.
Los diálogos son breves, directos, concisos y cortantes y los silencios predominan. Sin embargo las miradas y los gestos, explican todo lo que las palabras nos hurtan, de una manera sublime.
Melville crea, junto a Delon, uno de los personajes más complejos y exquisitos de los que se han podido ver en una pantalla de cine y ambos logran culminar uno de los mejores trabajos de sus respectivas carreras.
Con una magnífica ambientación, el realizador nos obsequia algunos recursos técnicos de los que le son habituales y que tan bien maneja: Largos planos-secuencia, variedad de picados y contrapicados... y algunas escenas que son antológicas, como la del principio en la que sin una sola palabra y con el sonido de fondo del píar del pajarillo enjaulado, vemos una habitación de difusos contornos en la que, tras largo tiempo (todos los títulos de crédito), de repente descubrimos, por la pista que nos dan las volutas de humo del cigarrillo, a un hombre tendido sobre la cama: El protagonista, que como el tigre cuando acecha, está mimetizado con el entorno. Una maravilla de presentación.
La maravilla del film está, más que en lo que cuenta, en cómo lo hace, de manera pausada y atractiva, cuidando el detalle, pero sin aburrirnos, como en esa larguísima persecución por el metro parisino que tanto ha sido repetida después por otros.
Para llegar a ese final, elegante y poético, en el que el moderno samurai se autoinmola en presencia de la inquietante dama.
Cine negro en estado puro.
Melville consiguió hacer de Delon un actor creíble. Es una peli interesante y de cierto atractivo del género negro a la europea.
ResponderEliminarEs una película diferente.
Eliminarpasaba a saludarte!
ResponderEliminarte dejo un abrazo.
Pues gracias por la visita y el comentario.
Eliminaruna pelicula formidable, me hizo recordar a taxi driver
ResponderEliminarNo es mala comparación.
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