Vogel (Gian Maria Volonté), es un criminal al que el comisario Mattei (André Bourvil), conduce detenido desde Marsella a París, durante el viaje, Vogel consigue escapar del tren; para huír de la persecución policial, se introduce en el maletero del coche de un tal Corey (Alain Delon) que acaba de ser puesto en libertad condicional tras 5 años de prisión y que cuando le descubre, decide ayudarle en su huída. Juntos planean un robo a una joyería de lujo de París, para lo que contactan con Jansen (Yves Montand), antiguo policía, alcohólico con deseos de reinserción. Al salir de la cárcel, Corey se ha tomado una pequeña venganza con su antiguo jefe, Rico (André Ekyan), robándole en su propia casa.
Aunque el atraco sale bien, entre Rico que quiere ajustar cuentas con Corey y el comisario Mattei que sigue la pista de Vogel, complicarán las cosas.
El guión está bien concebido y el ritmo del film, la intriga, va in crescendo, pero quizá la peli habría agradecido algo menos de duración, porque en algún momento llega a hacerse un poco larga, con algunas escenas que resultan un tanto pesadas.
Y no me refiero precisamente a la del atraco, que dura 15 minutos, pero que es de lo mejor del film, con ese Melville que cuida y nos muestra cada detalle y que consigue unos momentos de tensión realmente muy logrados.
Como suele ser habitual, los diálogos son breves y directos, cada personaje va a lo suyo sin pararse en florituras, con lo que la forma de ser y pensar de los personajes, se nos muestra principalmente a través de las imágenes.
La peli está rodada con unas tonalidades de color apagadas; es algo deliberado, supongo, Melville pretende hacer una peli en blanco y negro pero con color.
Correctas interpretaciones en general y sobresaliente, para mi gusto, Yves Montand, en el papel de expolicía, al que captan para el grupo porque era el mejor tirador del cuerpo. Se ha convertido en un alcohólico, se pueden imaginar que no hay nada peor para aquel de quien se requiere un pulso infalibe, pero este nuevo incentivo le hace sobreponerse.
Magníficas las secuencias del delirium tremens, que se nos muestran a través de imágenes, una soberbia descripción de lo que esta enfermedad supone.
Muy interesante, asimismo, el retrato que se nos hace del policía, el comisario Mattei, un hombre metódico, paciente, amante de los animales, pero que no duda en chantajear a los confidentes para que le den alguna pista.
Y es que en el film no hay buenos y malos, policías y delincuentes quedan igualados en el plano moral. Si unos buscan el triunfo de la Ley, sus métodos no son siempre inocentes y los otros, si bien son la escoria de la sociedad, personas sin escrúpulos que no dudan en apretar el gatillo cuando lo consideran conveniente, se rigen por unos códigos de honor que les acercan a la épica caballeresca.
Al final, la fatalidad, algo que también es sello de identidad del realizador, acaba dictando sentencia.
Un film largo, con momentos de tensión y muy elegante.
Hay que verla, pero va a estar complicado ahora sin megaupload...habrá que recurrir a las bibliotecas.
ResponderEliminarUn saludo.
Hay que buscarse la vida, Jesús y esta merece la pena.
ResponderEliminarMelville es un autentico infravalorado. Cahiers señaló su cine de autor como el ejemplo a seguir en aquellos lejanos años 60/70. Es un buen director al que han seguido muchos de generaciones distintas. El policíaco europeo tiene un tono y un ritmo diferente. Estamos muy acostumbrados al lenguaje narrativo americano, de ahí esa sensación de parsimonia.
ResponderEliminarEn este film, por ejemplo, al ser parco en diálogos,la personalidad de los protagonistas ha de irse deduciendo de sus gestos y de sus actos y en verdad que les llegamos a conocer bien. Es evidente que eso requiere un tiempo, un ritmo que puede resultar pesado a quien busque cine de acción trepidante. Es un lujo ver pelis como esta.
ResponderEliminarYo la tengo vista mas de 10 veces,La verdad nunca me canso de verla,Para mi es una de mis peliculas fetiche.Esta pelicula esta impregnada de una melancolia sutil.un saludo.
ResponderEliminarEs muy elegante, Agustín.
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