lunes, 1 de agosto de 2011

EL QUIJOTE DE AVELLANEDA

En 1614, un tal Alonso Fernández de Avellaneda, saca a luz un libro que lleva por título Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Los expertos aseguran que el nombre es ficticio y también que no es de Tordesillas, como él asegura. Esto ha dado pie a numerosas reflexiones sobre su identidad, aunque ninguna aporta pruebas contundentes, sino meras suposiciones.
Lo que sí parece inducirse es que Cervantes debía saber quién era y probablemente más gente de la época, pero nadie dejó noticia escrita de este extremo y, a lo que parece, no hay visos de que se vaya a saber nunca.
Sea quien fuere el autor, no es un cualquiera en esto de las letras, ni un mero aprovechado que estropea con la continuación lo que fue la primera parte de la obra. Probablemente fuera un escritor en activo y se ve que es una persona versada, que conoce y ha leído la literatura de la época, pues cita pasajes y obras de varios autores y, desde luego, ha leído la primera parte del Ingenioso Hidalgo.
Sin querer justificar nada, pues no se trata de eso, por aquellos tiempos parece que no era del todo inusual escribir continuaciones de obras ya publicadas por autores que no lo eran del texto primigenio. No era extraño, por ejemplo, en el propio género de los libros de caballería y Avellaneda alude a alguna obra más en la que se había dado este uso cuando habla de La Celestina, pues en la misma época de este apócrifo Quijote, aparecía La hija de la Celestina, de Salas Barbadillo.
De cualquier modo, del prólogo no se desprende que haya un motivo económico, como pudiera ser aprovecharse del éxito de la primera parte, más bien parece haber algo personal en la actitud del fingido tordesillano, pues aunque no dice qué es ello, sí alude a que se sintió ofendido por Cervantes y se despacha a gusto con el alcalaíno: …viejo, manco, orgulloso, deslenguado…, a ver quién da más. También dice que ha ofendido, en clarísima alusión a Lope, …a quien tan justamente celebran las naciones más extranjeras. Esto ha dado pie a más de uno a adjudicar la autoría de la obra al Fénix de los Ingenios, pero sin mayores fundamentos.
A pesar de la inquina demostrada con el autor del genuino Quijote, se nota el respeto por la obra, puede parecer un contrasentido y, sin embargo, quien se aventure por las páginas del libro, verá tratados con cariño a los personajes, los lugares y los modos, que siguen, en todo momento, la estela marcada por Cervantes, como si Avellaneda se afanase por escribir tal cual escribiría el verdadero padre de la criatura.
Creo que uno debe acercarse al libro sin prejuicios y seguramente se llevará una sorpresa, el libro está bien escrito, es ameno, el personaje de Sancho, por momentos resulta incluso más gracioso que en el original, el hilo argumental está bien llevado y si no supiéramos lo que sabemos, podría pasar perfectamente por una continuación de la novela de D. Miguel.
Al igual que hace Cervantes, el desconocido autor introduce un par de novelitas en medio del conjunto, sirviéndose para ello de sendos relatos que hacen dos personajes en tanto descansan a la sombra de una arboleda.
A mí me llamó la atención uno de los cuentos, que ocupa un buen número de páginas, el conocido como Los felices amantes, que relata la historia de amor pecaminosa del primogénito de un caballero y de la priora de un convento, con algunas escenas de cierto contenido erótico, llamativo para la época y un final altamente moralizante, con milagro incluido y que me ha parecido que está muy bien escrito.
Aunque las alusiones a Dulcinea salpican el texto, sin embargo D. Quijote se muestra descorazonado y dolido por el rechazo y las chanzas de la moza de El Toboso y se introduce un personaje, el de Bárbara la mondonguera, a quien Quijano toma por la reina Zenobia, que da mucho juego en la novela, no sólo por los disparates a que da pie a Don Quijote, sino por las continuas puyas que le lanza Sancho y los dislates a que da lugar la mala relación que el escudero mantiene con la protegida de su amo.
El libro narra la tercera salida de Don Quijote, éste encamina sus pasos hacia Zaragoza con el fin de asistir a unas justas de cuya celebración ha tenido noticias por boca de un caballero, Don Álvaro Tarfe, que continuará apareciendo a lo largo de la novela, por un lado organizando burlas con el caballero Quijano como protagonista y, por otro, convirtiéndose en una especie de protector (sui géneris, claro, después de lo dicho), pues es el que le saca de algún que otro apuro y el que pone fin a alguna de las situaciones en que se ve el manchego cuando considera que las cosas pasan de castaño oscuro.
Tras la frustrada participación (en realidad llega cuando ha concluido) en el torneo zaragozano, el hidalgo se dirige a Alcalá y Madrid, para acabar rindiendo viaje en Toledo. Todo esto salpicado de aventuras en las que no faltan las ventas y otros elementos en los que la constante son las referencias a la primera parte del Quijote.
Aunque la memoria colectiva lo haya olvidado, El Quijote no tuvo siempre la fama de que goza en la actualidad (al menos no tan alta) y las ediciones pobres y descuidadas se sucedieron durante décadas, hasta que en el siglo XVIII, el fervor que los ingleses mostraron por la obra, alcanzó a nuestro país, donde comenzó a ser más apreciada, teniendo, por fin, una digna edición en la que hizo la Real Academia en 1780. Fue ganando la fama de cumbre de las letras españolas, hasta llegar al tercer centenario de la publicación de la obra (1905) en que la publicación de estudios y otras interpretaciones que, en ocasiones, tienen más que ver con la filosofía, acompañadas de la erección de monumentos, confección de placas conmemorativas, o ediciones de superlujo, más destinadas al adorno que a otra cosa, han devenido en la obra reconocida y alabada que todos conocemos.
Así, en ese sentido, Avellaneda fue uno de los primeros que apreciaron la novela cervantina y quizá sin quererlo, apremió al autor a que escribiera la segunda parte, pues estaba enfrascado en su Persiles y Segismunda, cuando cayó en sus manos esta obra apócrifa y se vio impelido a escribir la continuación de su puño y letra, publicándola en 1615 y muriendo poco después. Quién sabe si no nos la habríamos perdido de no haber sido por esta contingencia.
Animo al lector a que se atreva con esta obra que nació maldita, que aunque por momentos pueda parecer algo lenta y en la que se nota que la pluma es otra, no desmerece en absoluto, no olvidemos que está escrita en pleno Siglo de Oro español y se ve que aquello debía marcar carácter en los coetáneos. Encontrará nuevos personajes, saboreará la ironía y el ingenio presentes en muchos pasajes y verá que es un libro divertido, con una nada despreciable calidad literaria y que sigue perfectamente, a veces de manera sorprendente, la línea argumental del Quijote de Cervantes.

Reseña publicada en HISLIBRIS




2 comentarios:

  1. Se ve que entonces no se llevaba lo de la SGAE jeje, pobre Don Miguel...

    Saludos.

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  2. Es cierto, él que se lo merecía no se llevó un duro y otros se lo han llevado por la jeta.

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