Este santo, no muy conocido en estas tierras, pero sí en su Inglaterra natal, llegó a ser Prelado de la iglesia. Monje y abad de Glastonbury, dio un impulso decisivo al monacato inglés. Nombrado arzobispo de Canterbury en 960, bajo la inspiración de las ideas cluniacenses, trabajó en la reforma de la Iglesia. Su fiesta se celebra el 19 de mayo.
Sin embargo, lo traigo aquí por otra razón.
Antes de ser monje, fue herrero y la leyenda cuenta que recibió un día la visita de un hombre que le pidió unas herraduras para sus pies, unos pies de forma sospechosamente parecida a pezuñas. Dunstan reconoció inmediatamente a Satanás en su cliente (qué lección de sagacidad, todo un Holmes en potencia), y explicó que, para realizar su tarea, era forzoso encadenar al hombre a la pared.
Deliberadamente, el santo procuró que su trabajo resultara tan doloroso, que el diablo encadenado le pidió repetidamente misericordia. Dunstan se negó a soltarlo hasta que el diablo juró solemnemente no entrar nunca en una casa donde hubiera una herradura colgada sobre la puerta.
Supongo que hizo el trabajo tan, pero tan exageradamente doloroso, como sólo puede aplicar dolor un cristiano formado en la compasión cristiana y seguramente la Inquisición ayudó a postularlo para santo.
Este es uno de esos típicos casos en los que a una tradición anterior se le dio un conveniente giro para justificarla y quitarle sus visos paganos, pues es conocido que los griegos introdujeron la herradura trayendo la idea de Persia, y siempre la presentaron como un símbolo de buena suerte. La razón es que se hacían de hierro, que se creía que podía mantener a raya el mal y, además, la herradura tenía forma de media luna, símbolo de fertilidad y buena fortuna. Los romanos se apropiaron del objeto, tanto como un práctico elemento de equitación y como talismán; la creencia en esos poderes fue conocida y compartida por los primeros cristianos (en esto no hay que ser muy duros: los primeros cristianos ya tenían suficiente lío cambiando los dioses de sus ancestros, fueran judíos o romanos, para encima pedirles que renunciaran a creencias más cotidianas, como esta, que finalmente ayudaban a darle sentido al mundo)
En 1805, cuando el almirante británico lord Horacio Nelson se enfrentó a los enemigos de su nación en la batalla de Trafalgar, el supersticioso inglés clavó una herradura en el mástil de su navío almirante, el Victory.
A mí me resta una pregunta por añadir: ¿En nombre de qué jura el diablo? Y como diría un abogado de esos que le buscan tres pies al gato: ¿El juramento es vinculante?
Sin embargo, lo traigo aquí por otra razón.
Antes de ser monje, fue herrero y la leyenda cuenta que recibió un día la visita de un hombre que le pidió unas herraduras para sus pies, unos pies de forma sospechosamente parecida a pezuñas. Dunstan reconoció inmediatamente a Satanás en su cliente (qué lección de sagacidad, todo un Holmes en potencia), y explicó que, para realizar su tarea, era forzoso encadenar al hombre a la pared.
Deliberadamente, el santo procuró que su trabajo resultara tan doloroso, que el diablo encadenado le pidió repetidamente misericordia. Dunstan se negó a soltarlo hasta que el diablo juró solemnemente no entrar nunca en una casa donde hubiera una herradura colgada sobre la puerta.
Supongo que hizo el trabajo tan, pero tan exageradamente doloroso, como sólo puede aplicar dolor un cristiano formado en la compasión cristiana y seguramente la Inquisición ayudó a postularlo para santo.
Este es uno de esos típicos casos en los que a una tradición anterior se le dio un conveniente giro para justificarla y quitarle sus visos paganos, pues es conocido que los griegos introdujeron la herradura trayendo la idea de Persia, y siempre la presentaron como un símbolo de buena suerte. La razón es que se hacían de hierro, que se creía que podía mantener a raya el mal y, además, la herradura tenía forma de media luna, símbolo de fertilidad y buena fortuna. Los romanos se apropiaron del objeto, tanto como un práctico elemento de equitación y como talismán; la creencia en esos poderes fue conocida y compartida por los primeros cristianos (en esto no hay que ser muy duros: los primeros cristianos ya tenían suficiente lío cambiando los dioses de sus ancestros, fueran judíos o romanos, para encima pedirles que renunciaran a creencias más cotidianas, como esta, que finalmente ayudaban a darle sentido al mundo)
En 1805, cuando el almirante británico lord Horacio Nelson se enfrentó a los enemigos de su nación en la batalla de Trafalgar, el supersticioso inglés clavó una herradura en el mástil de su navío almirante, el Victory.
A mí me resta una pregunta por añadir: ¿En nombre de qué jura el diablo? Y como diría un abogado de esos que le buscan tres pies al gato: ¿El juramento es vinculante?
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