Como bien señalaba hace unos días mi colega de la blogosfera
Ethan, estamos en una época en la que la televisión, más que pedir paso, venía dando empujones al cine. Las grandes superproducciones fueron la principal arma que la industria empleó en el combate y
David Lean, uno de los directores que con propuestas de este tipo, cuidadas y con una gran calidad artística, contribuyó a salvar los muebles en aquellos años cruciales.
Siempre se echa de menos la pantalla grande, pero cuando uno se enfrenta a un film como este, se añora de veras, no es comparable verlo en la tele a verlo en un cine. La grandiosidad es uno de sus pilares y esa grandisosidad demanda una sala al efecto para poder disfrutarla en todo su esplendor.
Pero bueno, de este modo, con los medios que tenemos, gozamos de la ventaja de poder visionarla cuando nos apetece.
El film nos acerca a la controvertida figura de
T.E. Lawrence,
El Orenz de los árabes, un personaje fascinante por cómo vivió y los lugares, personajes y conflictos que rodearon esa vida.
Sin embargo no es una biografía al uso, ni siquiera me atrevería a llamar biografía al guión de esta película. La vida de
Lawrence tuvo muchas más cosas después de las aventuras que aquí se nos relatan y además, no todo lo que se nos cuenta fue tal cual.
En una de las primeras escenas, cuando un periodista pide opinión sobre
Lawrence a algunas personas que salen del funeral, cada uno le dice una cosa, incluso hay opiniones contradictorias unas con otras. Es como si
Lean nos dijera, miren esto es lo que opinaban de él quienes le conocieron, cada cual tenía su versión y yo no voy a tratar de aproximarme a la verdad, contaré lo que me parezca, como me parezca.
Y eso es lo que hace, más o menos.
A mí el guión no me parece ningún prodigio, creo que la película pretende centrarse en otras cosas.
Sobre todo es una obra de arte audiovisual, una maravilla en ese aspecto, tan importante tratándose de una película. A quien quiera conocer la vida y milagros de
Lawrence, yo le aconsejaría que buscara en otro lado, en los libros.
Esta es una peli para ver y disfrutar, a pesar de lo larga que es, de los largos momentos de acción lenta que tiene, sin embargo las escenas épicas están muy bien repartidas, haciendo más llevadero el extenso metraje.
Es, sobre todo, la película del desierto, nos trasmite de tal manera su belleza que quedamos hechizados. Un gran trabajo de
Fred A. Young, el director de fotografía, pero también de la meticulosidad y el perfeccionismo del realizador, puntilloso hasta el extremo por hacernos llegar esa sensación que expresa
Lawrence cuando le pregunta un periodista qué es lo que le atrae del desierto: "
Está limpio", contesta. Al parecer, una legión de operarios barría la arena para hacer desaparecer las huellas dejadas entre escena y escena.
Si a ello añadimos la música espectacular de
Maurice Jarre y el gran trabajo de ambientación, tenemos parte de las razones por las que el film arrasó en la entrega de estatuillas de aquel año.
Ahora mismo, miramos el elenco de actores y nos parecen escogidos acorde con lo que se pretendía: Superproducción = Grandes actores.
Sin embargo en el momento no era así. Los había, claro. Ahí estaban
Alec Guinness,
Anthony Quayle o
José Ferrer y, por supuesto,
Anthony Quinn. Pero sin embargo,
Omar Sharif (que tanto peso tiene en el film), hizo sus más conocidas películas a partir de esta y el protagonista,
Peter O'Toole, hacía su debut cinematográfico y fue elegido tras la renuncia de otros varios en quienes se había pensado antes que en él. Hay que reconocer que les salió bien.
La peli se rodó en el desierto de Jordania, pero también en Sevilla (convertida por obra y gracia del cine en Damasco) y en la provincia de Almería.
Todo al natural, algo que ahora no se habría hecho así, estaría plagada de digitalizaciones.
Una peli para ver, sobre todo, para disfrutar con las espectaculares imágenes del desierto, con las maravillosas panorámicas en las que los actores son simples manchas en un mar de arena. Escenas en las que, sobre todo en la primera parte del film,
Lean se toma todo el tiempo del mundo y, a pesar de ello, de la calma y la lentitud con las que nos presenta todo aquello, no sólo no se nos hace pesado, sino que nos atrapa y nos fascina.