Hasta hace bien poco la historia ha sido escrita por los hombres y para los hombres. ¿Dónde estaban las mujeres? ¿Habían desaparecido? Tal pareciera, porque son nombradas como de pasada, pero no cabe duda de que estaban allí, en ningún momento se las había tragado la tierra, más no contaban para figurar en la memoria de los acontecimientos, simplemente se las ocultaba.
Este personaje,
María Estrada, de quien hoy hablamos, que participó junto a
Cortés en la conquista de México, es una de esas mujeres que estando presente en la Historia, fue olvidada por ésta.
De su pasado en España, es difícil saber dónde acaba la leyenda y empieza la realidad o al revés.
Vamos a contar una historia que bien pudo haber sido real.
Miriam era una niña judía que vivía en Toledo y que a los 8 años sabía leer perfectamente el castellano, el hebreo y el latín.
Un día, su abuelo, el médico Pérez, con el que vivía, recibe a una gitana, llamada Roma que le pide ayuda para su nieto, Paco, que padece una grave deficiencia visual. El médico le regala una especie de lentes, que ayudan en algo al disminuído y además Miriam le enseña a leer. La gitana quiere pagar, pero el médico no acepta su pago.
Con el paso del tiempo, Pérez es acusado en falso y dada su condición de judío es fácil presa de la Inquisición, llama a Roma y le pide que a cambio de aquella deuda que tiene con él, se haga cargo de su nieta.
La niña, jamás volverá a ver a su familia y con los gitanos aprende a templar espadas y a usar las armas, pues no son raros los encuentros con forajidos que pretenden asaltarles, en los que tienen que emplearse para su defensa.
En Sevilla, María se ve inmersa en una desgraciada circunstancia, ya que una dama noble, a cuya hija ha echado la buenaventura, no queda conforme con su vaticinio y la acusa poco menos que de bruja. Miriam, que ya ha cambiado su nombre por el de María y su apellido por el de Estrada, da con sus huesos en la cárcel y es condenada a morir en la horca. Sin embargo está embarazada y esto hace que se aplace su ejecución.
Su abuela adoptiva, la gitana Roma, logra llegar hasta ella y sugerirle una posible salida a su desgraciada situación, pues Paco, precisamente gracias a que le enseñó a leer María, ha leído un edicto de los Reyes Católicos que perdonan la vida a algunos delincuentes que estén dispuestos a embarcarse hacia América.
Las vicisitudes de su vida en América, ya son más fehacientes, pues, aunque escasos, existen testimonios de su presencia, sobre todo gracias a personas como
Juan Dubernard Chauveau (un inmigrante belga en México), que se dedicó a recopilar todo lo que pudo recoger de los testimonios, algunos orales, sobre esta mujer y publicarlos en una monografía y al libro "
María de Estrada", de la mexicana
Gloria Durán.
En América,
María conoce a dos hombres que marcarán su vida,
Pedro Sánchez Farfán, con el que estuvo casada y
Hernán Cortés, con el que participó en la conquista de México.
El cronista
Francisco Cervantes de Salazar, cita las palabras que
María Estrada dirigió a
Cortés, cuando tras el célebre episodio de "
La noche triste", quiso que se quedara reposando en Tlaxcala: "
No es bien, señor capitán, que mujeres dejen a sus maridos yendo a la guerra; dónde ellos murieron moriremos nosotras y es razón que los indios entiendan que somos tan valientes los españoles que hasta las mujeres saben pelear"
La participación de
María en la batalla de Otumba y al asalto final de la capital, Tenochtitlan, está probada por testigos visuales.
Además del citado
Cervantes de Salazar,
Bernal Díaz del Castillo y
Juan de Torquemada, dieron noticia de esta intrépida mujer.
Tras la conquista de México enviudó, pero se casó de nuevo con
Alonso Martín, muriendo en 1550 en la ciudad de Puebla.
Cortés la recompensó con las ciudades de Hueyapan, Nepupualco y Tetela del Volcán, de las que fue encomendera. Rica y reconocida, peleó hasta el final, y no dudó en protestar ante el mismísimo rey
Carlos I por hacerle pagar demasiados impuestos.
Sin embargo, y volviendo al menosprecio y el olvido con el que la Historia ha tratado a las mujeres,
Cortés, con el que mantuvó una gran amistad y que como queda dicho la premió por sus servicios, no la menciona ni una sóla vez.