Zaragoza era una plaza considerada vital durante la invasión napoleónica, como paso obligado en la conexión entre el centro y el noreste peninsular.
El 25 de mayo de 1808, el pueblo derrocó al capitán general por su negativa a entregarles armas y lo sustituyeron por el noble zaragozano y Brigadier de la Guardia Real José de Palafox, que venía huyendo de Bayona.
A principios de junio de 1808, el general Lefebvre partió de Pamplona hacia la capital aragonesa con 4.000 hombres, en la seguridad de que iba a ser tarea fácil el asalto y toma de la ciudad del Ebro, pero los habitantes de la misma le demostraron bien pronto lo equivocado que estaba. Aquel primer choque se saldó con más de 1.000 bajas, 700 para los franceses y el resto para las tropas locales.
Lefebvre reorganizó sus tropas y se dispuso a sitiar la ciudad mientras esperaba la llegada de refuerzos. El 30 de junio se inició el bombardeo francés, que dejó caer sobre la ciudad más de 1.400 bombas en dos días. El 2 de julio, los franceses lanzaron un asalto general, pero de nuevo se encontraron con una resistencia enconada. Algunos de sus defensores alcanzaron la gloria, siendo el caso más conocido el de Agustina Zaragoza Domenech (Agustina de Aragón).
Tras diversas escaramuzas y ataques, el 4 de agosto los franceses lograron entrar en Zaragoza llegando hasta el Coso, en el mismo centro de la ciudad.
Esta era la situación cuando el Barón Jean Antoine Verdier, Comandante en Jefe de las fuerzas sitiadoras, atendiendo a los usos de la guerra en aquel entonces (hasta en esto se han perdido las formas en nuestros días), exigió la rendición de los cercados, para lo que envió un parlamentario a los defensores con este lacónico mensaje: "Cuartel General Santa Engracia: Paz y Capitulación". La respuesta de los sitiados también fue breve: "Cuartel General Zaragoza: Guerra a cuchillo"
Sesenta y un días duró el sitio a la ciudad, sesenta y un días en los que la resistencia, el valor y el orgullo de aquellos españoles alcanzó cotas difícilmente superables. Cada hombre, cada mujer, cada niño de Zaragoza, fuera cual fuese su condición, se convirtieron en soldados dispuestos a entregar su vida en aras de los supremos intereses de la Patria, combatiendo a los enemigos de España calle por calle, casa por casa. Finalmente, la tarde del 13 de agosto (el 14 según otras fuentes), las tropas francesas levantaron el cerco abandonando sobre el terreno un numerosísimo tren de artillería y una ingente cantidad de material. Cinco mil bajas habían sufrido los vencedores de Europa en su enfrentamiento con una fuerza inferior de voluntarios y campesinos.
En noviembre de 1808 Napoleón ordenó a sus generales la conquista de la ciudad que se había convertido en símbolo de la rebeldía española. El 2 de diciembre la artillería francesa volvía a rugir frente a las murallas de la ciudad.
El 19 de febrero, el general Palafox enfermo de tifus, se vio obligado a delegar sus poderes en una junta dirigida por Pedro María Ric, y ésta decidió al día siguiente rendir la ciudad al mariscal Lannes, a cambio de un perdón general, la salida de la guarnición de la ciudad y la entrega de las armas.
El panorama en Zaragoza era dantesco: ruinas sembradas de cadáveres y supervivientes enfermos de tifus. Durante los dos sitios habían muerto 50.000 españoles por unos 3.000 franceses.
Éstos no respetaron la promesa de perdón, y los líderes más significativos de la defensa fueron ajusticiados en el Puente de Piedra y sus cadáveres arrojados al río Ebro. Palafox quedó confinado en el castillo de Vincennes hasta el final de la guerra.
El 25 de mayo de 1808, el pueblo derrocó al capitán general por su negativa a entregarles armas y lo sustituyeron por el noble zaragozano y Brigadier de la Guardia Real José de Palafox, que venía huyendo de Bayona.
A principios de junio de 1808, el general Lefebvre partió de Pamplona hacia la capital aragonesa con 4.000 hombres, en la seguridad de que iba a ser tarea fácil el asalto y toma de la ciudad del Ebro, pero los habitantes de la misma le demostraron bien pronto lo equivocado que estaba. Aquel primer choque se saldó con más de 1.000 bajas, 700 para los franceses y el resto para las tropas locales.
Lefebvre reorganizó sus tropas y se dispuso a sitiar la ciudad mientras esperaba la llegada de refuerzos. El 30 de junio se inició el bombardeo francés, que dejó caer sobre la ciudad más de 1.400 bombas en dos días. El 2 de julio, los franceses lanzaron un asalto general, pero de nuevo se encontraron con una resistencia enconada. Algunos de sus defensores alcanzaron la gloria, siendo el caso más conocido el de Agustina Zaragoza Domenech (Agustina de Aragón).
Tras diversas escaramuzas y ataques, el 4 de agosto los franceses lograron entrar en Zaragoza llegando hasta el Coso, en el mismo centro de la ciudad.
Esta era la situación cuando el Barón Jean Antoine Verdier, Comandante en Jefe de las fuerzas sitiadoras, atendiendo a los usos de la guerra en aquel entonces (hasta en esto se han perdido las formas en nuestros días), exigió la rendición de los cercados, para lo que envió un parlamentario a los defensores con este lacónico mensaje: "Cuartel General Santa Engracia: Paz y Capitulación". La respuesta de los sitiados también fue breve: "Cuartel General Zaragoza: Guerra a cuchillo"
Sesenta y un días duró el sitio a la ciudad, sesenta y un días en los que la resistencia, el valor y el orgullo de aquellos españoles alcanzó cotas difícilmente superables. Cada hombre, cada mujer, cada niño de Zaragoza, fuera cual fuese su condición, se convirtieron en soldados dispuestos a entregar su vida en aras de los supremos intereses de la Patria, combatiendo a los enemigos de España calle por calle, casa por casa. Finalmente, la tarde del 13 de agosto (el 14 según otras fuentes), las tropas francesas levantaron el cerco abandonando sobre el terreno un numerosísimo tren de artillería y una ingente cantidad de material. Cinco mil bajas habían sufrido los vencedores de Europa en su enfrentamiento con una fuerza inferior de voluntarios y campesinos.
En noviembre de 1808 Napoleón ordenó a sus generales la conquista de la ciudad que se había convertido en símbolo de la rebeldía española. El 2 de diciembre la artillería francesa volvía a rugir frente a las murallas de la ciudad.
El 19 de febrero, el general Palafox enfermo de tifus, se vio obligado a delegar sus poderes en una junta dirigida por Pedro María Ric, y ésta decidió al día siguiente rendir la ciudad al mariscal Lannes, a cambio de un perdón general, la salida de la guarnición de la ciudad y la entrega de las armas.
El panorama en Zaragoza era dantesco: ruinas sembradas de cadáveres y supervivientes enfermos de tifus. Durante los dos sitios habían muerto 50.000 españoles por unos 3.000 franceses.
Éstos no respetaron la promesa de perdón, y los líderes más significativos de la defensa fueron ajusticiados en el Puente de Piedra y sus cadáveres arrojados al río Ebro. Palafox quedó confinado en el castillo de Vincennes hasta el final de la guerra.
Al pirao de Napoleón le pasó como a Hitler, si los dos no sucumben en Rusia se hacen los dueños del mundo entero. Saludos.
ResponderEliminarAunque no me gustan los métodos, que en ambos casos fueron las armas, hay un sutil diferencia entre ellos, Napoleón, al menos en teoría, quería llevar el progreso y acabar con el viejo régimen; Hitler, bueno, ya sabemos todos lo que pretendía.
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