Philip M. Santore (Yves Montand) es un experto en comunicaciones, adscrito a una agencia norteamericana de cooperación al desarrollo, que debido a su profesión ha vivido en distintos países de América Latina (Brasil, República Dominicana, ahora Uruguay…). Los Tupamaros lo secuestran junto a otras dos personas (un diplomático de la embajada de Estados Unidos y el cónsul de Brasil, país vecino gobernado en aquel tiempo por una dictadura), y los ocultan con intención de interrogarles, obtener información y, a través de las oportunas presiones internacionales, conseguir la dimisión del gobierno uruguayo.
La trama oscila entre los grandes acontecimientos políticos del país, la convulsión que genera el secuestro, los debates parlamentarios, la repercusión en los ambientes financieros, las distintas operaciones policiales y militares para localizar a los secuestradores y descabezar al grupo rebelde…, y las conversaciones entre Santore y sus secuestradores, sobre todo con el llamado Hugo (Jacques Weber), en las que queda claro que el secuestrado no es quien dice ser, un inocente diplomático centrado en temas agrícolas y comerciales, sino un especialista en seguridad enviado por los Estados Unidos para adiestrar y dirigir los cuerpos policiales de los países en los que ha vivido gracias a su tapadera diplomática, y en los que sistemáticamente se recurre a la tortura y la violación de los derechos humanos. La Película también pone de relieve los intereses aparentemente ocultos de las partes enfrentadas, por un lado, más allá del pretendido patriotismo de los gobernantes, los intereses económicos que les mueven, con un gobierno compuesto mayoritariamente por banqueros y empresarios que desean preservar sus parcelas de poder y seguir obteniendo beneficios y, por otro, los pretendidos intereses revolucionarios de los insurgentes que no tienen inconveniente en decidir sobre la vida o la muerte de los secuestrados, sin tener en cuenta otras connotaciones.
Es evidente que el cine de Costa Gavras es reivindicativo y comprometido, denunciando y dando testimonio de los abusos y a favor de las libertades, de los valores democráticos y contrario a la manipulación informativa ejercida por los grupos más poderosos de la sociedad.
El estilo del filme está caracterizado por su lenguaje directo, seco, con toques documentales y de cine de intriga, a pesar de que desde el principio sabemos que Santore es asesinado, seguramente en una decisión voluntaria del realizador que no quiere que la intriga pura y dura desvié al espectador del mensaje de denuncia que quiere dar al film.
Algunas secuencias vienen acompañadas de la música original que Mikis Theodorakis compuso y que suena en contadas ocasiones.
Muy buena película, que refleja perfectamente los hechos que sucedieron en varios países de Sudamérica en los años setenta.
ResponderEliminarAdemás de buen film, un magnífico documento que ya es histórico.
EliminarAdemás de documento, también es un buen ejemplo de cuando cine y política iban bastante de la mano porque se creía que las películas podían cambiar el mundo.
ResponderEliminarSí, un tanto ingenuos sí que eran.
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