Hunter (Halley Bennet) es la flamante esposa de Richie (Austin Stowell), un joven que acaba de ser nombrado por su padre director ejecutivo de la empresa de su acomodada e influyente familia. Los orígenes de Hunter son más humildes. Antes de conocer a su esposo era vendedora en una tienda de productos cosméticos y concurría infructuosamente a reiteradas entrevistas laborales para intentar introducirse en el mundo de la ilustración publicitaria. Casarse con Richie supuso para ella alcanzar el sueño de vivir una vida feliz y despreocupada.
La joven pasa sus días sola, cuidando de la casa y el jardín y aguardando por las noches a su esposo con la cena preparada. El ambiente hogareño es de tal armonía y asepsia que resulta asfixiante y perturbador. Hunter, sintiendo que ella es la que ha llegado desde fuera a ese mundo, realiza todos sus esfuerzos por encajar en ese ambiente, por ser la bella esposa y la eficiente anfitriona de reuniones sociales, orientada a hacer feliz a su marido.
Tras descubrir que está embarazada, por alguna razón que desconoce, se siente tentada a ingerir objetos peligrosos para su salud y la del bebé que está esperando, una obsesión que no pasa desapercibida ante los ojos de su marido y del resto de su familia.
Toda la película es una parábola sobre el maltrato psicológico, la manipulación a que se ve sometida la protagonista que, cuando se casa, no lo hace con otra persona de igual a igual, pasa a ser un elemento más de su propiedad, un mueble más de la casa, una especie de mascota de la que se espera sumisión y que se adecúe a la forma de ser y a los deseos de su nuevo dueño.
Cuando Hunter siente que bajo la capa de amor y protección de su marido, está ese mundo en el que solo el hombre es lo importante, y ella, como individuo, es anulada, su mente reacciona de manera inconsciente y comienza a maltratar su cuerpo con la ingesta de objetos peligroso, una manera de mostrar su rebeldía y de afirmar su independencia, es el único gesto que hace por sí misma, el resto de sus actos está mediatizado por su posesivo esposo y la familia de este que le hace llegar el mensaje, alto y claro, de que ha de plegarse a las exigencias del marido sino quiere verse desamparada. Un tipo de violencia de género que puede llegar a ser más denigrante e intimidatorio que el maltrato físico explícito, por cuanto quienes lo vean desde fuera dirán aquello de: No sé de qué te quejas, si no te falta de nada.
Su director y guionista Carlo Mirabella-Davis logra combinar hábilmente el realismo dramático con el suspense psicológico, para producir un efecto sumamente perturbador. La solidez del guion, el impecable trabajo de puesta en escena y la lograda interpretación de Haley Bennett, sobre la que recae todo el peso de la narración, se unen a una sobresaliente propuesta visual. Brillante su fotografía; estudiados cada uno de los planos a los que se dota de gran amplitud para remarcar esa sensación de soledad y frialdad. Todo para llegar a un final que es todo un alegato feminista, un canto a la libertad de la mujer para elegir su propio camino y una escena final, mientras aparecen los títulos de crédito, en la que, con sencillez y naturalidad, sin artificio de ningún tipo, aparece retratado ese mundo femenino de libertad y normalidad.
Hay un par de cosas que me han llevado a otro tipo de reflexión: Una, el sentido de poder que tienen los ricos (y algunos que no lo son, pero se lo creen en determinado momento porque están pagando por un servicio), ese afán de que les debemos vasallaje, no ya los pobres, sino aquellos que estamos trabajando para ellos, bien directamente o de forma ocasional. Los dueños del dinero son la nueva nobleza y actúan, en ocasiones, como aquellos señores feudales que encontramos en los libros de historia o vemos en las películas, hasta tal punto están convencidos de su papel que se sorprenden cuando alguien planta cara a sus abusos, a su falta de cortesía y, tras sorprenderse, amenazan y, si su influencia da para ello, son capaces de arruinarnos la vida, sencillamente porque hemos pedido que nos traten como a una persona.
La otra reflexión se toca de forma tangencial en la película, cuando Luay (Laith Nakli), el hombre que han contratado, según la familia para cuidar a Hunter, según ella, para vigilarla, un sirio que huyó del conflicto bélico que sufre su país, le dice que si estuviera en una zona de guerra, no tendría tiempo para detenerse en los problemas que la acucian, bastante tendría con sobrevivir. Y es que este tipo de problemas psicológicos, son típicos de las sociedades occidentales, del estado de bienestar. No quiero que se me malinterprete, lo que le ocurre a Hunter es grave y no le deseo a nadie que pase por esos calvarios, pero no es menos cierto que, como todo en esta vida, resulta relativo. A quien le duele un brazo, el que va en silla de ruedas le mirará como a un quejica y se cambiaría por él sin pensarlo. ¿El dolor del brazo, que tal vez le impide conciliar el sueño, es una nimiedad? Por supuesto que no, es algo grave, muy grave, te incapacita para unas cuantas cosas, pero depende ante quien te quejes, te pueden mirar mal.
Muy buena la interpretación de Haley Bennett.
ResponderEliminarEs el alma de la película.
EliminarEspero poder tener un ratito libre para echarle un vistazo a esta peli.
ResponderEliminar¡Un saludo!
A ver si resulta de tu agrado.
EliminarYa te contaré.
EliminarEspero.
EliminarQue tal Trecce!
ResponderEliminarNo tiene mala pinta. Me han parecido muy interesante las reflexiones que has planteado. Por cierto, me encanta esa decoración de la ultima foto.
Saludos!
La casa y la decoración de la misma son todo un símbolo y cada cosa está pensada al detalle.
EliminarA juzgar por lo que cuentas, quizás habría tenido más sentido que, en lugar de la protagonista, fuese su marido quien se llamase Hunter ('cazador').
ResponderEliminarEl tipo es un impresentable.
EliminarFabulous blog
ResponderEliminarMuchas gracias.
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