Roy Andersson nos presenta una ciudad que deshumaniza a sus personajes, que deambulan entre situaciones tan cotidianas como absurdas, a veces surrealistas, para mostrarnos su particular filosofía ante la vida.
La comedia está estructurada en viñetas, planos tomados con la cámara fija de diferente duración en los que vemos escenas de la vida cotidiana de gente corriente. Algunas conforman un todo en sí mismas y otras componen una historia que va reapareciendo en diferentes tomas.
Muy interesante la banda sonora con algunas piezas de jazz interpretadas por una jazz band, que resultan muy agradables y de gran nivel que recuerdan los fondos sonoros de algunas películas de Woody Allen. Tiene también muchas referencias artísticas, desde cierto cine surrealista, hasta inspiraciones pictóricas de Andy Warhol o Gustav Wunderwald.
El film es el segundo de la llamada Trilogía Existencialista del realizador sueco, para mí menos pesimista que el primero de ellos (Canciones del segundo piso) y supone una forma diferente de hacer cine que busca nuevos caminos de comunicación con el espectador, lejos del canon de una historia lineal.
Puede que a muchos no guste este tipo de films que tiene una buena dosis de un surrealismo que yo califico de cotidiano, con situaciones que podríamos vivir o ver de cerca cualquiera de nosotros en un momento determinado. A mí me ha resultado gratificante y muy entretenida de contemplar.
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