En el invierno de 1417, Poggio Bracciolini cruzó a lomos de su caballo los boscosos montes y valles del sur de Alemania rumbo a su remoto destino, un monasterio del que se decía que ocultaba antiguos manuscritos tras sus muros.
Es el comienzo del libro que nos ocupa, con el que su autor, Stephen Greenblatt, obtuvo el National Book Award 2011 y el premio Pulitzer 2012. Su lectura es un ejercicio fascinante, en él se nos habla de un personaje, Poggio Bracciolini, que llegó a ser primer secretario del romano pontífice, dotado de una maravillosa caligrafía que hacía de él un copista excepcional, era un humanista y, sobre todo, un buscador de textos perdidos, un verdadero cazador de libros al que nada va a detener en su objetivo. En una polvorienta biblioteca cuyo emplazamiento, como buen coleccionista, nunca quiso desvelar, dio con una joya inesperada: el largo poema de Tito Lucrecio Caro, De rerum natura. Su existencia era conocida indirectamente a través de las citas de muchos autores romanos pero el original se daba por irremisiblemente perdido. Le temblaron las manos de emoción, según le contó a su íntimo amigo, el humanista y canciller de la República de Florencia, Niccolò Niccoli. Inmediatamente contrató un amanuense para que le hiciera una copia, porque los desconfiados monjes no le dejaron sacar el libro de la biblioteca del monasterio. Comenzaba así una aventura intelectual que, según Greenblatt, contribuiría a cambiar el mundo moderno. Un libro del que Ovidio había dicho: «Los versos del sublime Lucrecio perecerán el mismo día en que el orbe llegue a su ruina». Sin embargo, por lo que se ve, la pervivencia de la obra, estuvo pendiente de un finísimo hilo. Lucrecio defendía en su poema una visión del universo formado por minúsculas partículas, átomos, en constante movimiento que chocaban unas con otras para formar los cuerpos que eran materia y sólo materia. El alma, si existía, era sólo materia y los dioses, si existían, unos seres indiferentes al destino de los cuerpos materiales y, por lo tanto, de los hombres. Una concepción que chocaba frontalmente con la visión cristiana de la divinidad y el universo.
El Giro no se limita a hablar sobre el libro de Lucrecio, este ofrece una buena disculpa a Greenblatt que propone un largo viaje que se remonta a la Grecia en la que vivió Epicuro para seguir con la Roma que recibió sus escritos. Su descripción de la Villa de los Papiros de Herculano, donde su epicúreo propietario reunía a sus amigos para dialogar bajo la parra de un delicioso jardín sobre los volúmenes almacenados en la biblioteca (ahí estaba el De rerum Natura), resulta sencillamente admirable. Pero la luz se torna oscuridad cuando el trayecto abandona las verdes praderas del mundo clásico para adentrarse en las tinieblas del mundo medieval. Un universo de mentes obtusas, violentas, intransigentes, atenazadas por ideas castrantes, al que lo único que se le puede agradecer es que no destruyera por completo el legado recibido y conservara, sin duda por ignorancia de lo que hacía, algunos manuscritos olvidados en polvorientos anaqueles de recónditas abadías.
Por las páginas del libro circulan también Epicuro, Hipatia de Alejandría, Savonarola, Galileo, Tomás Moro, Quevedo, Montaigne, Spenser, Donne, Bacon, Shakespeare, Giordano Bruno, Thomas Jefferson y otros muchos personajes históricos que, para bien o para mal, tuvieron algo que ver (en ocasiones de manera tangencial), con las tesis de Lucrecio.
El libro abarca más de un asunto y recorre un largo periódico histórico que comienza el siglo I antes de Cristo, por lo tanto su tratamiento de algunos asuntos es por fuerza somero, sin embargo resulta ser un buen ensayo sobre el atomismo, el epicureísmo y el pensamiento científico confrontado a la visión teológica del mundo. No voy a entrar en el fondo del asunto, no tengo ni preparación, ni suficientes conocimientos para ello, pero por su fácil lectura y por sus aportaciones históricas, me parece una obra muy interesante, sobre todo si lo tomamos como lo que es, una novela histórica y no sobre filosofía.
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