sábado, 27 de diciembre de 2014

STELLA CADENTE

Tras la Revolución de 1868 y la consiguiente salida de España de Isabel II, el gobierno presidido por el General Serrano, convocó Cortes Constituyentes que, entre otras cosas, establecieron como forma de estado, la monarquía constitucional.
Tras no pocas dificultades para encontrar un candidato al trono, el General Prim, propuso al Duque de Aosta, Amadeo de Saboya, hijo de Victor Manuel II, rey de Piamonte-Cerdeña y tataranieto de Carlos III de España.
El 16 de noviembre de 1870, los diputados eligieron a Amadeo como nuevo rey, tras una votación en la que se produjeron estos resultados: 191 a favor de Amadeo de Saboya, 60 por la República federal, 27 por el duque de Montpensier, 8 por el general Espartero, 2 por la República unitaria, 2 por Alfonso de Borbón, 1 por una República indefinida y 1 por la duquesa de Montpensier, la infanta María Luisa Fernanda, hermana de Isabel II; hubo 19 papeletas en blanco. De este modo el presidente de las Cortes, Manuel Ruiz Zorrilla, declaró: «Queda elegido Rey de los españoles el señor duque de Aosta».
Comienza así una época breve pero intensa de la moderna historia de España, casi desconocida para algunos y poco tratada en el mundo de la ficción.


Amadeo desembarcó en Cartagena el 30 de diciembre, llegando a Madrid el 2 de enero de 1871, para comenzar un reinado que no se presentaba ni fácil, ni pacífico. El mismo día de su llegada a suelo español, moría Prim, su principal valedor, víctima del atentado que había sufrido tres días antes. Así que cuando Amadeo llegó a Madrid, sólo pudo ver al general en la capilla ardiente.
La revuelta independentista de Cuba, iniciada en 1868 y una nueva guerra Carlista, en 1870, además de la oposición frontal de monárquicos carlistas y borbónicos, de la Iglesia y de buena parte de la opinión pública que no dejó de verle como un extranjero, fueron las constantes de un reinado en el que la inestabilidad política y la desafección de los más cercanos, acabaron por agotar la paciencia del rey.


La película no es ni biográfica, ni mucho menos histórica, se trata básicamente de cine experimental. Como el propio realizador hace constar en los créditos, "un divertimento".
Construída a base de anécdotas, con planos cortos y medios, prácticamente toda ella en interiores y con decorados bastante austeros, aunque llenos de simbolismo, como todo el film, por otro lado. Unos símbolos no siempre fácilmente entendibles que tratan de remarcar la soledad del monarca, su aislamiento y las dificultades que le plantean quienes están cercanos a él, que no dudan en exigirle, más que proponerle, que abandone el trono.
Desconcertante y provocativa, Miñarro defiende que su propuesta trata de modernizar el cine histórico, retratando la inestabilidad política, la corrupción, la podredumbre y la lucha de los poderes fácticos y todo con una visión transgresora donde nada ocurre como sería previsible y dibuja una sonrisa (de desconcierto, más que de humor) en alguna ocasión, ante los inesperados giros de su creador quien la bautiza de “muy pop”.


Lluis Miñarro lleva 17 años produciendo cine en nuestro país, así que conoce el paño de sobra y está claro que sabía lo que quería, otra cosa es que lo consiga, o que logre llegar al espectador. De cualquier modo, me llama la atención que reconozca que la hizo porque estaba de brazos cruzados, ya que ninguno de los proyectos que había presentado a las televisiones había logrado el beneplácito de las mismas, creo que es una manera de reconocer que como no tenía nada que hacer, se embarcó en esta peculiar aventura, trangresora y atrevida, con una brillante fotografía del maestro de la luz Jimmy Gimferrer y unas composiciones estudiadas, en muchos casos con aires pictóricos.
Es cierto que la película va derivando en una copia poco conseguida del cine de Buñuel, o de alguien más cercano en el tiempo como Visconti, explotando de manera exagerada un ambiente decadente y lujurioso, ralentizando la acción hasta llegar a rozar el aburrimiento. Un pequeño batiburrillo de géneros e ideas que ya han sido exploradas por otros realizadores, como la introducción de música pop (François Hardy, Les Surf...), en un deliberado anacronismo.
Miñarro nos trae una propuesta muy personal, llena de exageraciones, colorista e ingeniosa, pero eso no equivale necesariamente a que sea inteligente y a que las propuestas creativas estén siempre logradas. Él ha hecho la película que quería y seguro que la ha disfrutado, habrá a quien le parezca innovadora y otros, seguro que la tacharán directamente de mala o pensarán que se le ha ido la chaveta, éstos últimos no conocen al realizador catalán.
Ya que hemos hablado de anacronismos deliberados, hay alguno que no lo es, sino simples meteduras de pata o mala documentación. En cualquier caso, en el retrato del personaje, no se fíen del Amadeo que nos pinta Miñarro, da la impresión de que si no hubiera sido por sus ministros, este hombre habría cambiado España, como reza el cartel del film, una conclusión que me parece, cuando menos, pretenciosa y falta de fundamento.




4 comentarios:

  1. Buena crítica. El caso es que en la actual España y con sistema educativo existente, un 90% de población menor de 60 años ignora todo sobre Historia y ni siquiera conoce la etapa de Franco. Por tanto el reinado de Amadeo les suena a Chindasvinto o algún otro rey godo.

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  2. Esa forma de elegir un rey me recuerda a cuando el Ateneo de Madrid decidió por votación si Dios existía o no.

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