Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Historia septentrional, publicada póstumamente en 1617, bien pudiera ser empresa novelesca iniciada por Cervantes en la última década del XVI, pero es publicada póstumamente porque no cierra la novela hasta que está en el lecho de muerte. De hecho ya no tiene tiempo para hacer las últimas correcciones en un texto no del todo acabado (se puso a escribir el prólogo tres días antes de morir). Viejo y cansado de tanta experiencia amarga, Cervantes lo sublima todo refugiándose en el mundo fantástico inventado por él.
El libro narra la azarosa peregrinación llevada a cabo por Persiles y Sigismunda: dos príncipes nórdicos enamorados que, haciéndose pasar por hermanos bajo los nombres de Periandro y Auristela, emprenden un viaje desde el norte de Europa hasta Roma con el fin de perfeccionar su fe cristiana antes de contraer matrimonio. Como era de esperar, el viaje se enriquece con la diversidad de lugares recorridos, desde la geografía nórdica de la mítica isla Bárbara, Islandia, Noruega, Irlanda y Dinamarca, hasta las tierras ya conocidas de Portugal, España, Francia e Italia. El recorrido está entretejido de multitud de “trabajos” (arriesgadas navegaciones, naufragios, piraterías, desafíos, batallas, raptos, fugas, cautiverios, traiciones, accidentes, separaciones, reencuentros y aventuras de toda índole), enriquecidos y complicados hasta el delirio por la incorporación de los personajes secundarios que van apareciendo en el trayecto (Policarpo, Sinforosa, Arnaldo, Clodio, Rosamunda, Antonio, Ricla, Mauricio, Soldino, etc.), por la interpolación de historias particulares en la peripecia de los amantes protagonistas y por las jugosas descripciones de los escenarios geográficos, particularmente de los nórdicos.
El recorrido que conduce a los personajes desde la Isla Bárbara hasta Roma no es sólo geográfico, sino que está concebido simbólicamente como peregrinación purificadora, en lo humano y en lo amoroso, que pasa por distintos eslabones en la cadena del ser: desde el barbarismo salvaje de los nórdicos, hasta el pontífice romano; desde la lujuria brutal, hasta el matrimonio cristiano. En definitiva, todo se integra literariamente en un “camino de perfección” que no puede terminar sino en Dios.
Hace ya algunos años que la crítica recuperó esta obra, bastante olvidada durante mucho tiempo, y ahora se sigue ocupando de ella con nuevos enfoques y renovado ímpetu. A pesar de que, hoy en día, su forma narrativa nos parezca un tanto espesa y enmarañada, desde la perspectiva de la historia cultural se revela como un texto de suma importancia e interés no sólo por situarse entre mundos que se oponen solo en apariencia, sino también, o precisamente, por la pluralidad de los mundos que construye y por los procesos de transferencia y traslación cultural que implica.
No puedo sustraerme a reproducir aquí uno de los versos que, desde mis años de bachillerato, me produjeron más honda impresión, por su belleza y por la originalidad para referirse a la muerte de un hombre que la sentía tan próxima cual si se hallase en su propio lecho, como así fue a la postre. Se incluyen en la dedicatoria del libro a Don Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos, amigo y mecenas del ilustre escritor y dicen así:
Puesto ya el pie en el estribo,
con las ansias de la muerte,
gran señor, ésta te escribo.
Aunque la muerte no le dejo terminar de perfilar,y corregir esta obra,, sin embargo, bajo mi punto de vista, es una de las mejores obras de Cervantes. Aunque no hubiera escrito el Quijote, con Los trabajos de Persiles y Segismunda, le habría llevado a la cima de la fama
ResponderEliminarCervantes es grande "a pesar" del Quijote.
EliminarEs lo malo, que con leer el Quijote ya pensamos que Cervantes está "ventilado".
EliminarCierto.
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