Todo un canto a la libertad en la naturaleza ante una civilización que se juzga opresora. El sueño de todo pillastre, vagar libre por el mundo, que Twain vuelve mágico, de las riberas del Mississippi. Huckleberry, un adolescente que usa el lenguaje claro, directo e irreverente de Twain y sus colegas escritores del sur estadounidense, narra su peripecia rio abajo. Al empezar la novela, Huck se ha hecho rico mediante una circusntancia narrada en el libro que precede a este, "Las aventuras de Tom Sawyer", aunque debido a la edad de Huck, un juez dispone de su dinero.
Entretanto, adoptado el muchacho por una viuda, ante un padre maltratador, pobre y alcohólico, que quiere su custodia legal porque se ha hecho rico, Huck recibe la llamada de la naturaleza y se escapa de ambos. No escapa, claro, al mundo de la civilización y de la ley convencional, algo que en verdad, por cuestión de edad y crianza, aún no había alcanzado a asimilar y que es lo que permite el nudo dramático de la novela.
Se escapa hacia el Mississippi, hacia la ley natural. Éste, el viejo rio turbio, es un lugar de ensueño para Twain, que recrea su juventud fluvial, tanto de habitante como de marino, en aquella balsa donde escapan el protagonista y Jim, un negro fugitivo que Huckleberry encuentra en una isla y al que ya conocía. Pero Jim ha debido hacer una confesión al encontrar a Huck, ya que él mismo había escapado, pero de la esclavitud. Su dueña pensaba venderlo en el Sur profundo, el de las plantaciones donde las condiciones del esclavo eran todavía más duras. El héroe, Huck, se escandaliza ante la confesión de Jim, pero calla y acepta, y juntos viajan en la balsa. El silencio es ya el acto de una conciencia que disiente con la sociedad. Y la balsa navega en busca de mejores oportunidades, pero como amenazada por las orillas, el mundo de la amistad se ve acechado por el mundo de los hombres, convencionalmente, sociales.
El río es idílico, y el agua oscura fluye como fluyen las conversaciones de Jim y Huck. Mark Twain demuestra en ello toda su nostalgia, pero una nostalgia tal vez culpable. En efecto, se dan episodios donde la conciencia del narrador protagonista estalla, ante la necesidad de denunciar a Jim. Es la mitad de su personalidad moral que quiere hacer el bien social, pero Huck es un marginado y las reglas no están del todo imbricadas en él. Ante ello, pues, la conciencia individual, por más confusa que sea, se alza contra las leyes sociales, Huck se cree culpable por su silencio, y, en un momento de duda, acepta el infierno, pero no parece temerle, y acaso esa sea una indicación alusiva a que es el propio autor quien en verdad no cree en el infierno o que no cree en la ley de la sociedad, divinizada o no. Finalmente, las fuerzas de la sociedad de entonces, si bien liberan al esclavo, muestran, no la justicia, sino la gracia, no la ley, sino el ilegítimo perdón de algo que en realidad no debía ser perdonado, sino abolido: la esclavitud.
La novela, enmarcada por los parajes fluviales, las puestas de sol, los amaneceres fugitivos, los troncos solitarios que se deslizan en el río, tan solitarios como la balsa que se desliza hacia el fracaso y la amistad, nos deja el regusto de una vida libre, que se preocupa sólo del día a día, sin buscar más fortuna que el propio disfrute de la libertad, la amistad y la aventura.
Ernest Hemingway decía propósito de esta novela: “Toda la literatura norteamericana moderna viene de un libro de Mark Twain titulado Huckleberry Finn. Si lo lees, detente justo cuando al negro Jim se le separa de los chicos, ése es el verdadero final. El resto es un simple engaño. Pero es el mejor libro que tenemos. Toda la literatura norteamericana empieza con él. No había nada antes. No hay nada tan bueno después.”
Deliciosas, aunque siempre me gustó más el libro de Tom Sawyer.
ResponderEliminarTenemos preferencias distintas entre estas dos novelas. En cualquier caso, ambas son una delicia, empleando tu acertado adjetivo.
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