Maggie Prescott (Kay Thompson) es la directora una de las revistas más influyentes en el panorama de la moda mundial.
El siguiente número que su publicación está preparando, le parece falto de calidad, por lo que decide cambiarlo de arriba a abajo, centrándolo en una de esas ideas brillantes que encanta a los (y las) seguidores de la moda y que el común de los mortales no entendemos, la idea tiene forma de color: El rosa pálido.
La señorita Prescott está decida a usar su influencia como gurú de la moda para que la mujer americana utilice el rosa pálido en todos los vestidos y complementos de que se rodea diariamente, para lo cual va a iniciar una campaña por medio de la revista que dirige.
Encarga al fotógrafo Dick Avery (Fred Astaire) (para los entendidos el personaje homenajea al fotógrafo de moda Richard Avendon), que haga las fotos de la campaña.
Avery desea que la modelo tenga un aire intelectual y para ayudar a ello, van a tomar unas instantáneas a una librería del Village neoyorkino. Cuando revela las fotos se da cuenta de que la cara que busca no es la de la modelo, sino la de la dependienta de la librería, una tal Jo Stockton (Audrey Hepburn), una chica que durante la sesión de fotos no paró de hablar de enfaticalismo, una nueva corriente filosófica venida de Francia.
La película toma el título (y sólo eso) de un musical de Broadway de George Gershwin.
El proyecto nació rodeado de problemas, nada menos que tres grandes productoras pugnaban por llevarse su tajada debido a que cada una tenía derechos sobre alguna parte del producto (actores, músicos, guionistas...) Al final se pusieron de acuerdo y cada cual se llevó su porción de pastel.
Para contratar a los dos protagonistas, a cada uno de ellos le contaron que ya tenían firmado al otro, cuando no era cierto. Audrey aceptó contra los consejos de su representante, pero ella admiraba a Fred y había soñado con bailar con él desde que, cuando era niña, había visto sus películas.
Él, con sus 60 años a cuestas, ya un personaje consagrado, también la admiraba, aún cuando a su lado era una recién llegada, pero que ya había rodado Vacaciones en Roma, Sabrina, y acababa de finalizar Guerra y Paz.
Al parecer la convivencia entre los dos no fue muy pacífica, el ego de Astaire no soportaba demasiado bien las simpatías y admiración que despertaba esta aspirante a estrella, con su afán de superación, su entrega y exquisitos modales.
El guión del film es bastante mediocre, pretende ser una crítica al mundo de la moda y su vaciedad, pero al tiempo rendirle un homenaje, con un retorcido reconocimiento de que el dinero, la vanidad y la fama lo pueden todo.
También lanza sus dardos contra el existencialismo, la doctrina de moda en Europa, haciendo burla de la filosofía de salón, aunque hay que reconocer que lo hace con cierta gracia, pero también de un modo un tanto retorcido, pintando al profeta de turno como un don Juan que pretende aprovechar su ascendiente intelectual entre las discípulas que se le ponen a tiro.
El constante ir y venir de los protagonistas (a veces sin ton ni son), las imágenes siempre efectivas y efectistas de París y alguno de los bailes, hacen que la película conserve cierto dinamismo y no aburra.
Para muchos será todo un descubrimiento ver a la Hepburn cantando y bailando, no porque lo haga, sino por lo bien que lo hace, sobre todo el baile, es muy bueno el número que hace en el café parisino. No en vano, ella había estado muchos años estudiando danza y piano y probablemente hubiera sido bailarina de no ser porque su familia no andaba muy sobrada de dinero y en el mundo del cine se ganaba más.
Para los fashionistas, señalar el despliegue de vestuario del film. Aquí hay otro choque de egos, que venía ya del rodaje de Sabrina, pues nuevamente la diseñadora de vestuario vuelve a ser Edith Head, pero los vestidos de Audrey son, como no podía ser menos, de su admirado amigo Hubert de Givenchy.
También cabe destacar las innovaciones fotográficas que podemos observar, eso le valió a la película diversos premios en este campo.
Asimismo, sobre todo al principio, podemos ver algunos decorados que van apuntado al pop, movimiento ya nacido en Estados Unidos, pero que cobraría todo su vigor en la década siguiente (la peli es de 1957).
Muy destacables los títulos de crédito, que nos sumergen en un mundo mágico, propio de los cánones que regían en el mundo del diseño y de la alta costura en los años 50. Tienen ya más de cincuenta años, pero no pueden ser más modernos.
Y no quiero dejar de mencionar el gran trabajo de Kay Thompson. ¿Por qué esta mujer no tiene más protagonismo y más presencia en otros musicales hollywoodiense con lo bien que actua y lo bien que baila? Ese es uno de tantos misterios del cine. Descubrir a esta polifacética mujer (escritora, compositora, actriz, cantante, bailarina) es uno de los mejores argumentos para ver este film.
El otro ya lo conocen o se lo imaginan quienes no la hayan visto. Pues aunque Fred está muy bien, con esa elegancia que le caracteriza y que es capaz de regalarnos alguno de sus maravillosos bailes, quien llena la pantalla en ella.
El encanto magnético de Audrey, esa fragilidad, su elegancia innata hacen que, simplemente por verla, merezca la pena ver la película.
Me encanta esta mujer, pero donde estén My Fair Lady o Vacaciones en Roma...
ResponderEliminarLa verdad es que aquí el guión no da para más, pero la actuación de la Hepburn tampoco es manca. Su baile en el café, demuestra sus magníficos fundamentos y sus grandes dotes para la danza clásica. Para no perdérsela.
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