Steven Spielberg es un director de los apodados como comerciales. Eso es más que obvio, algunas de sus películas han sido (y siguen y seguirán siendo) como un pozo de petroleo, no paran de producir dividendos.
Eso, lo de comercial, es utilizado con frecuencia por sus críticos como argumento supremo de desprestigio. Yo no veo las cosas así de simples, seguramente estoy equivocado, pero tengo la ventaja de que como no entiendo mucho de todo esto, digo lo que me ha parecido una peli después de verla, sin que me duelan prendas sobre sus valores de otro tipo, o sin pararme a pensar que no va por la senda que mandan los puristas.
Que en cualquier antología del cine haya alguna peli de Spielberg, que la va a seguir habiendo, casi me atrevo a asegurar que siempre, quiere decir algo, y ese algo es que además de convertir en oro lo que toca, es un tipo que sabe hacer cine.
Y es que La lista de Schiendler es también una película comercial, lo es por varias razones, por su final, que podemos calificar de feliz después de todo lo que se nos ha contado; lo es porque no muestra algunas de las cosas que (además de las que sí narra) ocurrían en los campos de concentración; y así podríamos continuar. Pero es que además de eso, es una gran película. ¿Que otro director hubiera hecho otra cosa? Seguramente, pero esta es la peli de Spielberg sobre el Holocausto y puede estar bien orgulloso del resultado.
Quizá, en parte por alguno de esos argumentos que ya he dicho y por alguna otra cosa que sería prolijo plasmar aquí ahora, lo que menos me gusta de todo el conjunto es el guión de Steven Zaillian. Se dice que el guión es cosa del guionista y no del director, pero en este caso, yo creo que a Spielberg le pareció bien cómo estaba, al fin y al cabo, se ajusta bastante a los gustos de Hollywood y tampoco Spielberg iba a salirse en esta ocasión de esos márgenes que aseguran un buen resultado en la taquilla, no había por qué hurgar en otros lugares, según su criterio (esto es una suposición mía).
Una estupenda dirección de actores, con Liam Neeson y Ralph Fiennes luciéndose en sus interpretaciones. Una banda sonora, de John Williams, algunos de cuyos pasajes figuran ya en las antologías y una fotografía y una ilumnación maravillosas.
El film está perfectamente planificado, logra que, en todo momento, mantengamos el interés por la historia y no decae en el ritmo en ningún instante, colocando sabiamente los momentos en los que el relato se aparta del horror e intercalando a la perfección unas acciones con otras.
Es de esas películas que a todo el mundo gustan, independientemente de que la historia se atenga más o menos a la realidad, nadie cuando la presencia, puede prescindir de la emoción que Spielberg nos transmite: El miedo, la crueldad, el desprecio por la vida de unos semejantes, la vejación de las personas, el egoísmo, la dureza de unas condiciones de vida sometida a constante tortura...
La película tiene muchas escenas magníficas, recuerdo aquella en la que vemos a Oskar Schiendler vistiéndose, con todos los detalles de cuando se hace el nudo de la corbata, elige y se coloca los gemelos, recoge el dinero, se coloca la insignia del partido en el ojal... y enlaza con la sala de fiestas donde se divierten los jerarcas nazis, con un Liam Neeson, elegante, sofisticado, toda una presentación, sin palabras de quién es este hombre. O las escenas del asalto al ghetto de Cracovia, cuando el niño trata de buscar refugio en los escondrijos más inverosímiles y todo está ocupado, siendo arrojado de cada uno de ellos: Han logrado convertir a los perseguidos en fieras para sí mismos.
Pero hay dos secuencias que a mí siempre me han parecido descollantes, una es la del principio, cuando la vela arde al compás de la salmodia en hebreo y el humo del pábilo que se extingue enlaza con el de la chimenea del tren, la cámara desciende y encontramos al funcionario que hace las listas, preparando sus útiles sobre una mesa portatil (pasamos de la felicidad al horror, del color al blanco y negro).
La otra, tiene varias partes, es la famosísima de la niña del abrigo rojo, primero perdida, caminando por el ghetto entre gente despavorida, soldados, perros, disparos... mientras Schindler contempla todo aquello desde la lejanía de su silla de montar. Unos minutos después la niña muerta es trasportada con un montón de cadáveres en un carro: Schindler es consciente, por primera vez, de lo que está ocurriendo y cambia su actitud ante la vida.
Pocas veces, el lenguaje cinematográfico ha sabido expresar tan bien el cambio experimentado en el interior de una persona y enlazar, de paso, dos capítulos diferentes de la historia que nos está narrando.
Una película necesaria, a la que se puede acusar de algunos defectos en la manera de contarnos aquel horror que supuso la persecución de los judíos, pero que resulta magistral cinematográficamente hablando. Desde entonces, Spielberg tiene el respeto y la consideración que hasta ese instante se le había negado desde algunos sectores.
Qué raro que esta entrada no tenga ningún comentario; pero a lo que voy... creo que esta película es el claro ejemplo de que una película que se considera comercial también puede convertirse en un clásico, es una auténtica maravilla de película, aunque claro, como bien se indica aquí, la presencia de Spielberg hace prejudgar la película... a ver que tal super 8
ResponderEliminarNo es raro que no haya comentarios, la gente está de vacaciones, sólo quedamos un par de ellos por aquí.
ResponderEliminarA mí me pareció extraordinaria, me causó dolor físico por su expresividad tan tremenda, sin caer en la carnaza sanguinolenta.
ResponderEliminarSaludos blogueros
La verdad es que Spielberg lo supo hacer muy bien.
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