Si alguien quiere saber qué es eso de western crepuscular, este puede ser un buen ejemplo, aunque más que del fin de una época, nos habla de la explosión que hace saltar por los aires un tiempo y un modo de vida.
Igual que años después nos mostraría Eastwood en "Sin perdón", estamos ante un grupo de gente que están caducados, amortizados. Viven una época que no es la suya, pues su momento pasó, lograron ver los últimos rayos de un sol que brillaba pero que ya se ha puesto y no han sabido cambiar con los tiempos.
En tanto el automóvil y la ametralladora que se nos muestran en la película, ya han llegado, ellos se agarran a sus caballos, sus viejos revólveres y el polvo del desierto que atraviesan de un lado a otro, una vez y otra y otra... Reliquias atrapadas en su propio destino.
Muchas historias en esta historia y casi todas tristes.
La de este grupo de salvajes pistoleros, para los que la vida humana es una de tantas monedas de cambio.
Los cazarrecompensas, otro tanto de lo mismo, pero amparados por la ley.
El general bananero (qué bien da el tipo el "Indio" Fernández), cutre, inculto y sin escrúpulo alguno, con esa troupe que le sigue y que da la sensación de una total anarquía y una moralidad que brilla por su ausencia.
Los personajes de William Holden y Robert Ryan, que son el mismo pero cada uno de un lado de la línea divisoria porque la vida les ha llevado allí, que se admiran, se respetan y se temen, pero que saben que la única salida es la muerte del otro.
La violencia como forma de vida, de ir tirando para adelante hasta que una bala te deje en el sitio. Esa violencia que practican hasta los niños, en algunas de las escenas más crueles. Qué otra cosa se puede esperar si desde la cuna no viven otra cosa como nos muestra uno de los planos más reveladores, vemos cómo una madre le está dando de mamar a su hijo con un pecho asomando bajo una canana.
Las fuerzas vivas de la ciudad fronteriza norteamericana, que se espantan de la brutalidad de estos hombres, porque quieren estar protegidos, pero sin ver la sangre y se horrorizan cuando les salpica.
El poblado mexicano y sus habitantes, el único remanso de paz y cierta bondad que pone contrapunto a todo este mundo de violencia y crueldad, promiscuo y polvoriento, donde no puedes fiarte de nadie.
Salvo la candidez de los habitantes del poblado, en el resto de ese mundo inhóspito no hay buenos o malos, a todos ellos la vida o su manera de afrontarla, les ha llevado por caminos nada edificantes. Sin embargo el director se pone de parte de este grupo de forajidos que en un último arranque de dignidad, cuando se enfrentan al dilema de dejar morir a manos de sus captores a uno de sus compinches o ir a salvarlo en una misión imposible, deciden entregar sus vidas en medio de un baño de sangre que, en ocasiones se hace excesivo y un tanto irreal, llevando a la práctica esa especie de código ético que sintetiza en una frase el gran Ernest Borgnine: "No importa la palabra dada, lo que importa es a quien se la das"
Una curiosidad que me llamó la atención, el montaje incluye, nada menos que 3.462 cortes, un auténtico record.
Buena banda sonora (estuvo nominada al óscar), bien elegido el reparto (a pesar de que hubo de cambiar a alguno de los actores en los que Peckinpah había pensado) y algunas escenas y planos casi memorables. Me gustó el principio, con esas escenas congeladas durante los títulos de crédito; las escenas finales, en una especie de homenaje a los protagonistas riéndose a mandíbula batiente y la despedida del poblado (el vídeo que va al final de esta entrada), en el que los habitantes del poblado despiden al grupo cantando "La golondrina", una de las escenas de mayor lirismo nunca vistas, colocada en medio de un baño de sangre y violencia. Puede parecer un contrasentido, pero a mí siempre me ha recordado a las despedidas que se hacían a la mesnada medieval cuando iba al combate. Pura épica, una de cuyas imágenes, la de Borgnine recogiendo la flor que le dan y que parece que no sabe muy bien qué hacer con ella, si sonreír con ternura (algo que le queda como a un santo dos pistolas) o tirarla al suelo, me ha traído siempre a la memoria los versos de Rubén Darío:
Igual que años después nos mostraría Eastwood en "Sin perdón", estamos ante un grupo de gente que están caducados, amortizados. Viven una época que no es la suya, pues su momento pasó, lograron ver los últimos rayos de un sol que brillaba pero que ya se ha puesto y no han sabido cambiar con los tiempos.
En tanto el automóvil y la ametralladora que se nos muestran en la película, ya han llegado, ellos se agarran a sus caballos, sus viejos revólveres y el polvo del desierto que atraviesan de un lado a otro, una vez y otra y otra... Reliquias atrapadas en su propio destino.
Muchas historias en esta historia y casi todas tristes.
La de este grupo de salvajes pistoleros, para los que la vida humana es una de tantas monedas de cambio.
Los cazarrecompensas, otro tanto de lo mismo, pero amparados por la ley.
El general bananero (qué bien da el tipo el "Indio" Fernández), cutre, inculto y sin escrúpulo alguno, con esa troupe que le sigue y que da la sensación de una total anarquía y una moralidad que brilla por su ausencia.
Los personajes de William Holden y Robert Ryan, que son el mismo pero cada uno de un lado de la línea divisoria porque la vida les ha llevado allí, que se admiran, se respetan y se temen, pero que saben que la única salida es la muerte del otro.
La violencia como forma de vida, de ir tirando para adelante hasta que una bala te deje en el sitio. Esa violencia que practican hasta los niños, en algunas de las escenas más crueles. Qué otra cosa se puede esperar si desde la cuna no viven otra cosa como nos muestra uno de los planos más reveladores, vemos cómo una madre le está dando de mamar a su hijo con un pecho asomando bajo una canana.
Las fuerzas vivas de la ciudad fronteriza norteamericana, que se espantan de la brutalidad de estos hombres, porque quieren estar protegidos, pero sin ver la sangre y se horrorizan cuando les salpica.
El poblado mexicano y sus habitantes, el único remanso de paz y cierta bondad que pone contrapunto a todo este mundo de violencia y crueldad, promiscuo y polvoriento, donde no puedes fiarte de nadie.
Salvo la candidez de los habitantes del poblado, en el resto de ese mundo inhóspito no hay buenos o malos, a todos ellos la vida o su manera de afrontarla, les ha llevado por caminos nada edificantes. Sin embargo el director se pone de parte de este grupo de forajidos que en un último arranque de dignidad, cuando se enfrentan al dilema de dejar morir a manos de sus captores a uno de sus compinches o ir a salvarlo en una misión imposible, deciden entregar sus vidas en medio de un baño de sangre que, en ocasiones se hace excesivo y un tanto irreal, llevando a la práctica esa especie de código ético que sintetiza en una frase el gran Ernest Borgnine: "No importa la palabra dada, lo que importa es a quien se la das"
Una curiosidad que me llamó la atención, el montaje incluye, nada menos que 3.462 cortes, un auténtico record.
Buena banda sonora (estuvo nominada al óscar), bien elegido el reparto (a pesar de que hubo de cambiar a alguno de los actores en los que Peckinpah había pensado) y algunas escenas y planos casi memorables. Me gustó el principio, con esas escenas congeladas durante los títulos de crédito; las escenas finales, en una especie de homenaje a los protagonistas riéndose a mandíbula batiente y la despedida del poblado (el vídeo que va al final de esta entrada), en el que los habitantes del poblado despiden al grupo cantando "La golondrina", una de las escenas de mayor lirismo nunca vistas, colocada en medio de un baño de sangre y violencia. Puede parecer un contrasentido, pero a mí siempre me ha recordado a las despedidas que se hacían a la mesnada medieval cuando iba al combate. Pura épica, una de cuyas imágenes, la de Borgnine recogiendo la flor que le dan y que parece que no sabe muy bien qué hacer con ella, si sonreír con ternura (algo que le queda como a un santo dos pistolas) o tirarla al suelo, me ha traído siempre a la memoria los versos de Rubén Darío:
Las bellas mujeres aprestan coronas de flores,
y bajo los pórticos vense sus rostros de rosa;
y la más hermosa
sonríe al más fiero de los vencedores.
y bajo los pórticos vense sus rostros de rosa;
y la más hermosa
sonríe al más fiero de los vencedores.
Maravillosa película, una de las preferidas de mi "santo" en el género.
ResponderEliminarEs un western crepuscular, con individuos que se ven excluidos de un mundo que está cambiando a gran velocidad y que se aleja de lo que hasta entonces era el "far west",su vida y su forma de concebirlo.
Me encanta esa escena final, cuando Warren Oates responde "por que no" a la pregunta de Holden y caminan los cuatro a por Ángel -al que retiene el general Mapache- sabiendo que van hacia una muerte segura.
Eso es puro Peckhimpah.
Coda:
Magnífico post.
Buena película, a mi las del Oeste me encantan, y ya hace muchos años que quizás sea porque el genero esté muy exprimido ya no se hacen westerns de calidad. Si quitas al magistral Clint Eastwood poco más que rascar. Saludos Trecce.
ResponderEliminarTiene unas cuantas escenas para enmarcar, Natalia.
ResponderEliminarUn saludo.
Rafa, decía Borges algo así como que Hollywood era quien más ilusión había creado para la gente. Y yo añado que buena parte de esa ilusión ha venido precisamente de lo que nosotros siempre hemos llamado las pelis de vaqueros.
ResponderEliminarDe los pocos westerns que no recuerdo haber visto...este fin de semana cae.
ResponderEliminarUn saludo.
Yo creo que lo han puesto en la tele alguna vez. Que lo disfrutes.
ResponderEliminarLo veo a menudo, tipos valientes y de una pieza fuera de su sitio y su tiempo.
ResponderEliminarGran y trabajada entrada.
Hay de esos tipos en nuestro devenir diario, aunque la vida de algunos no sea tan épica como la de estos, pero los hay y no necesariamente infelices, algunos han elegido vivir esos modos ya caducos como una manera de rebeldía y libertad.
ResponderEliminarPor cierto, y como curiosidad,Emilio "el Indio" Fernández-actor y director de cine- que interpreta el papel del General Mapache, estuvo en la cárcel por asesinar a un campesino en medio de una reyerta.
ResponderEliminarTodo un personaje.
Otro de los secundarios que aparecen en "Grupo Salvaje" es Alfonso Arau ,también actor, y director de "Como agua para chocolate".
El pobrecillo Emilio Fernández, cuando rodó esta peli, estaba ya enfermo de cáncer.
ResponderEliminarPara los amantes del genero ahí está Valor de Ley, estreno de los Coen, negando sea un remake.
ResponderEliminarPeckinpah es un maestro. Algo le debe gente como Tarantino. Soy de la opinión que buscó otros caminos narrativos y que sus escenas violentas eran un camino para esos descubrimientos. Me gustó siempre su lirismo. Un saludo
La pelicula de los Coen hay que tratar de verla libre de apriorismos y me recuerda más al Sin perdón de Eastwood, por su tono crepuscular, que a la peli de Hathaway.
ResponderEliminar