De las cosas de niño que uno recuerda, una de las que más viva permanece en mi memoria, es la romana que mi abuela llevaba todas las semanas al mercado para pesar los productos de la huerta que con tanto sudor habían ido consiguiendo entre todos y que suponían la base del sustento familiar.
Uno de tantos elementos que los antiguos dueños del mundo, los romanos, nos legaron y que, prácticamente llegaron, con escasas mejoras, hasta nuestros días. Una muestra también de que aquella España apenas comenzaba a salir del atolladero en el que nos habíamos metido con las disputas cainitas que, por desgracia, son tan nuestras. Lo digo porque al ver la imagen de abajo, aunque no es tal cual lo conocí, si que se asemeja bastante al mercado que yo vi y me recuerda la pobreza y la miseria que, afortunadamente, acababa de quedar atrás, pero que estaba a la vuelta de la esquina, en un tiempo aún muy cercano. Tan cercano, que el arado, los carros de tracción animal y un sin fin más de cosas, estaban presentes en aquella casa de humildes hortelanos, que jamás llegaron a disfrutar de motocultores y otras máquinas y herramientas modernas. Todo fue a puro sudor.
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