El marido de una joven, aparentemente se suicida sin previo aviso ni motivo, dejando atrás a su esposa y su hijo. Yumiko (Makiko Esumi), tras un largo periodo de luto, se vuelve a casar con un viudo que tiene una hija poco mayor que su hijo y se muda de Osaka a un pequeño pueblo de pescadores de la costa oeste japonesa.
Es el primer largometraje del realizador Hirokazu Koreeda.
Aunque tiene su argumento, sobre todo centrado en la soledad y el desasosiego que rodea a la protagonista, incapaz de hallar la explicación que busca a la muerte de su primer esposo, estamos ante un film eminentemente visual, en que algunas escenas son metáforas de las situaciones que atraviesan los personajes y en el que se retrata con detalle lo cotidiano.
Hay multitud de planos y secuencias a destacar, por su composición y su belleza. Entre los muchos de ellos, uno me llamó la atención, el largo y precioso plano del entierro, en que la cámara estática, retrata en primer término un verde sembrado y en la parte superior el cielo plomizo, entre ambos, la hilera de dolientes cuyas cabezas enrasan con la línea del horizonte. Uno se pregunta, al ver estas tomas planificadas al milímetro, tan expresivas a pesar de la ausencia de diálogos (o precisamente por ello), cómo una persona es capaz de imaginar esto en su cabeza y plasmarlo en la pantalla con tal arte y después de tanto trabajo para que todo quede perfecto, aún sabiendo que mucha de la gente que lo vea no conseguirá apreciarlo, como yo mismo no habré apreciado otros segmentos del film.
Hay muchos momentos exquisitos para contemplar.