jueves, 18 de junio de 2020

UN RAYO DE LUZ

En su breve estancia en España, Carlos (Antonio Molino Rojo), el primogénito de una pudiente familia italiana, se casa con Elena (María Mahor), una prometedora pero modesta actriz y cantante.
Cuando Carlos regresa a su patria, muere en un accidente de aviación. Su hermano viaja a España para identificar el cadáver y se encuentra por primera vez con su cuñada, ahora viuda, descubriendo que está embarazada.
Ella sólo pide que corran con los gastos de la educación de su hija cuando nazca. Años después, la niña, llamada Marisol, está a punto de cumplir los 10 años y su madre y su tío, la visitan una vez al año en el internado donde estudia.
Su madre la ha hecho creer que es una actriz rica y famosa, lo que, por otra parte, significa que nunca la puede llevar con ella para que no descubra la triste realidad de su situación económica. 
El abuelo de la niña, el conde D’Angelo (Julio Sanjuán), que odia a la madre, porque considera que le robó a su hijo, quiere conocer a su nieta, por lo que pide a su tío que la lleve a Italia para pasar el verano.
La llegada de Marisol trae un soplo de aire fresco a la adusta vida del conde que se verá subyugado por el optimismo y el cariño de su nieta, algo que agradecen quienes le rodean acostumbrados a verle como un viejo cascarrabias.


Se cumplen cincuenta años de una película que supuso la aparición de un mito de nuestro cine. Por más que ella persiga vivir en el anonimato, Marisol, hoy Pepa Flores, nunca lo conseguirá y aún sigue viviendo en el imaginario colectivo de toda una generación. Aquella niña malagueña que actuaba en los Coros y Danzas de la Sección Femenina, llamó la atención del productor Manuel J, Goyanes, que no paró hasta que consiguió contratarla en exclusiva y está demostrado que no se equivocaba.


La película no es nada del otro mundo, tiene un guión bastante simple, que recuerda a Heidi, con su abuelito y hasta su señorita Rottenmeier, un film con cierta moralina, propia del momento político español, pero también con algunos buenos chistes, momentos tiernos y, sobre todo, la presencia y las canciones de Marisol, algunas de las cuales han perdurado en el tiempo (Corre, corre, caballito; Con paso firme o Adiós al colegio; entre otras), su desparpajo, su cercanía en la forma de actuar, su chorro de voz y esos ojos azules que todo lo iluminaban. 
Es cierto que en España se la sigue venerando, pero quizás la mayoría no sea realmente consciente de la trascendencia de Marisol como estrella infantil y juvenil más allá de nuestras fronteras. De ella dijo Orson Welles, «Marisol es el animal cinematográfico más impresionante que he conocido».




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