martes, 18 de diciembre de 2018

LA CONJURACIÓN DE CATILINA

La famosa conjuración tramada el año 63 a.C. por Catilina ayudado por un grupo de jóvenes de la nobleza para apoderarse del mando de Roma, es conocida principalmente por las vigorosas piezas oratorias que contra él pronunció el gran orador romano Marco Tulio Cicerón, llamadas Catilianarias.
Pero la historia de esta revolución fue escrita casi veinte años más tarde (probablemente en el 47 a. C.) por Cayo Salustio Crispo. El libro nos habla de la monstruosidad del personaje de Catilina y el riesgo que ha corrido el Estado. Salustio habla de acontecimientos que ha conocido bien: tenía veinticuatro años cuando tuvieron lugar.
La narración va precedida por unas consideraciones morales en que el autor justifica su decisión de dedicarse al cultivo de la historia, en concreto la historia del pueblo romano y, dentro de esta, ha elegido en primer lugar la conjuración de Catilina.
Al entrar en materia, lo primero que le atrae es la figura del personaje, un personaje de naturaleza extraña y demoníaca, que tiene las características fundamentales de la maldad y la fuerza puestas al servicio de una desmedida ambición.
Conocido ya el protagonista y la sociedad en que se mueve, vemos cómo se genera la conjuración y cómo se desarrolla a través de un relato dramático que no pierde su interés hasta el desenlace en la batalla de Pistoya.
El autor había nacido en Amiterno (Sabina) el 87 a. C., de familia plebeya, pero su juventud transcurrió en Roma, donde recibió la educación típica de la época: retórica y filosofía. Militó en el partido democrático, uno de cuyos jefes era César, y tomó parte en las frecuentes revueltas callejeras que ensangrentaban Roma en esos años.
Empezó el cursus honorum y fue cuestor y tribuno de la plebe en el 52 a. C. Entró así en el Senado, pero fue expulsado de él por los censores con el pretexto de llevar una vida inmoral, aunque más bien debe interpretarse como una venganza personal. Tomó parte a favor de César en las campañas de la guerra civil en Africa. Después del triunfo de César, este le nombró propretor en Numidia, donde tuvo ocasión de estudiar la historia y geografía del país y de amasar una gran fortuna. A la muerte de César, se retiró a gozar de sus riquezas en una finca de Tívoli, compró además una gran extensión de terreno en Roma e hizo plantar en él unos jardines, que con el tiempo llevaron su nombre (horti Sallustiani) y más tarde fueron residencia imperial. Ocupó su retiro en la composición de sus obras históricas.
Con su Conjuración de Catilina, nos ha legado una obra de gran valor literario y un documento de gran importancia para el conocimiento de los últimos años de la república romana.



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