jueves, 24 de noviembre de 2016

LA FORJA DE UN REBELDE

El caso de Arturo Barea (1897-1957) es singular y raro. Hasta la Guerra Civil fue un perfecto desconocido. Un hombre de origen popular -extremeño que, desde muy niño, vivió en Madrid-. Barea nació en un hogar muy humilde. Las circunstancias biográficas tienen una gran importancia en su obra, de carácter autobiográfico en buena parte. Por sus orígenes y por la dureza de su iniciación en la vida, tendía a ser hombre de izquierdas; pero sus aspiraciones tenían mucho de las del burgués. El propio Barea reconoce que su individualismo encajaba mal en el socialismo, y, de hecho, nunca fue un socialista típico a pesar de tener carnet de la UGT desde muy joven, y siempre se negó, incluso en plena Guerra Civil, a dar el paso hacia el comunismo, como le reclaman una y otra vez, aquello no iba con sus ideas, ni con su forma de ser. 
En 1920 fue llamado a filas y participó en la guerra de Marruecos -la última guerra colonial española-. Dejó el ejército en 1924, como oficial en la reserva. Tras el alzamiento militar de julio del 36, Barea entró a trabajar, en agosto de 1936, en la Oficina de Censura de Prensa Extranjera, situada en el edificio de la Telefónica. Allí conocería a la que sería su segunda mujer y en verdad, la mujer de su vida: Ilse Kulcsar, una socialista austríaca, bajita, inteligente, judía, gran activista política y con una gran facilidad para las lenguas... Presa de desengaños y crisis nerviosas, los Barea (fieles siempre a la República que ya veían perdida) se marcharon de España, casados, a mediados de 1938. Arturo se había hecho un famoso locutor (a instancias del general Miaja) como La voz incógnita de Madrid en charlas en las que mezclaba literatura y propaganda.
Tras pasar por París, Arturo Barea y su mujer llegan a Inglaterra (donde vivirán ya siempre) en marzo de 1939. Barea (que vivió en diferentes pueblos ingleses, algo protegido por lord Faringdon, al que conoció durante la guerra de España) se adaptó perfectamente bien a la vida británica y, a pesar de su regular inglés, frecuentaba los pubs y charlaba con la gente más popular. (Esa otra Inglaterra, tan poco conocida en el Continente.) Desde 1940 hasta su muerte, Barea trabajó para los servicios de la BBC en español, singularmente con destino a América Latina, donde la voz de Barea (sus charlas escritas hablando de Inglaterra, de libros, de vida y, sólo indirectamente, de política) llegó a ser muy famosa. Aunque escribió artículos, cuentos y otra novela posterior, La raíz rota, la gran obra de Arturo Barea son las tres novelas que redactó en Inglaterra entre 1940 y 1945, y que al publicarse juntas se titularon La forja de un rebelde. Totalmente desconocido en España, y tenido por las autoridades franquistas (que conocían su trabajo en la BBC) como el inglés Arturo Beria, en alusión al secretario de Stalin, La forja de un rebelde (The Forging of a Rebel) se publicó -como casi toda la obra de Barea- primero en inglés, magníficamente traducida por Ilsa, su mujer. La forja -la primera de las tres novelas- se editó en 1941.
Las otras fueron La ruta (1943) y La llama (1946). Las tres formaron La forja de un rebelde que, en castellano, se publicó por primera vez en Buenos Aires, por la editorial Losada, en 1951. El éxito de la obra en inglés fue enorme, hasta el punto de que se pensó en Barea -a fines de los cuarenta- para el premio Nobel.
Con La forja de un rebelde en inglés, Arturo Barea se hizo célebre en Inglaterra, en los Estados Unidos o en Dinamarca, donde le homenajearon. Más tarde -y ya con la edición en español- también en la Argentina, adonde viajó, con gran éxito y con pasaporte británico, en 1956. Pues desde 1948 los Barea (Arturo e Ilsa) habían adquirido esa nacionalidad.
La forja de un rebelde (autobiografía, pero que según el propio Barea retrata más lo colectivo que lo individual) narra en el primer tomo la niñez y adolescencia de un chico del pueblo, cuya madre es lavandera en el Manzanares y nos habla de Madrid y alrededores (Brunete, Méntrida y Navalcarnero), tal como Arturo los conoció de pequeño y en su primera juventud. El segundo tomo habla de la guerra en Marruecos, donde Arturo sirvió como sargento de ingenieros, refiriéndose entre otros episodios, al cerco de Melilla o a la corrupción generalizada en el Ejército; y el tercero se dedica a la Guerra Civil, donde cobran protagonismo los corresponsales extranjeros, el día a día del Madrid sitiado, con la población hambrienta y temerosa o las intrigas entre las diversas facciones del Frente Popular.
La trilogía, sin querer establecer comparaciones, tiene algo de Baroja, Galdós o Sender, por las maravillosas y cercanas descripciones que hace de los lugares por los que transita la novela y por el retrato de las gentes que lo pueblan. La narración es lúcida y el lenguaje cercano y cargado de melancolía. Es la obra excepcional de alguien que luchó por un mundo mejor, en cierto modo, un romántico, un soñador.




4 comentarios:

  1. Creo que hace muchos años hicieron una serie en televisión de varios capítulos, pero yo no recuerdo haberlo visto.

    Abrazo Trecce

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  2. No he leído la trilogía, pero debo hacerlo. Por lo que cuentas parece la otra cara de la moneda de la trilogía de Gironella (esa sí la lei en su día), aunque esa se centraba más en la Guerra Civil, en sus meses previos y en los años de la posguerra.

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    1. Me parece un testimonio de primera mano bien hecho, bien escrito y muy interesante.

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