jueves, 4 de diciembre de 2014

ABEL SÁNCHEZ

En el prólogo a la segunda edición del libro, Unamuno se hace eco de unas palabras de Salvador de Madariaga, en las que comparando a ingleses, franceses y españoles, dice que en el reparto de los vicios capitales de que todos padecemos, al inglés le tocó más hipocresía que a los otros dos, al francés más avaricia y al español más envidia.
De eso va esta novela, de la envidia, a través de la historia de dos amigos desde la infancia: el protagonista es el hombre sin suerte, el que no consigue ganarse la simpatía de la gente, al que desdeña la mujer amada que se va con el otro, el que vive corroído por el demonio de la envidia. En cambio, su amigo Abel es un pintor de éxito, admirado por muchos y querido por todos. A lo largo de toda su vida, Joaquín, el protagonista, lucha consigo mismo para acallar ese sentimiento que le hace infeliz a él y a los que le rodean.
Unamuno construye -mediante los recursos narrativos del narrador omnisciente, el diálogo y la confesión-, una historia atemporal, dando a entender que sus personajes son representativos de la humanidad en su conjunto. No hay buenos y malos, no hay un Caín “malo” y un Abel “bueno”, sino tan solo personas avasalladas por las pasiones que los dominan.
Unamuno escribió la novela, según sus propias palabras, con intención “quirúrgica”, tratando de desbridar el sentimiento de la envidia como si de un absceso purulento se tratara.



2 comentarios:

  1. Qué buena es esa "nivola" de Don Miguel. La leí hace 40 años y difruté como un enano con ella, con la virtud de que la esencia filosófica que encierra no se me olvidará nunca.
    Los cainitas y los abelitas. De eso estamos formados los hispanos.

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