sábado, 25 de octubre de 2014

UN YANKEE EN LA CORTE DEL REY ARTURO

El protagonista Hank Morgan es capataz de una fábrica de municiones. Twain le sitúa en Connecticut donde estaba la principal fábrica de armas de Colt. El tono humorístico de Twain y su habilidad como narrador nos hacen aceptar a Morgan, incluso que nos caiga bien. Pero Morgan es el tipo de patrón que normalmente resuelve las discusiones con sus empleados a puñetazos (de hecho es una de esas peleas la que le envía al pasado), incluso en los tiempos de Twain aquello no era exactamente el ideal de persona razonable. En realidad el propio Morgan se autocalificará como déspota, benévolo pero déspota al fin y al cabo.
Quien lea el libro con ojos poco críticos o los jóvenes y niños, que son los potenciales lectores mayoritarios de la novela, verán a un tipo que desea llevar el progreso y la democracia a un mundo atrasado, lleno de supersticiones, dividido en castas cerradas en el que los nobles llevan la mejor parte y actúan con absoluto despotismo.
Sin embargo existe otra lectura, Twain empezó a trabajar en el libro en el año de la Conferencia de Berlín, donde las potencias coloniales decidieron repartirse África. Proceso observado por Twain con nula simpatía por decirlo suavemente. Ya al principio de su carrera denuncia las injusticias que sufren los inmigrantes Chinos. Pero conforme avanza en su carrera la antipatía de Twain contra lo que ahora llamamos globalización -pero un tiempo más honesto denominaba colonialismo- no hará sino acentuarse: Hay cosas graciosas en el mundo, entre ellas la pretensión de los occidentales de ser menos salvajes que los otros salvajes. Twain piensa que la colonización es una excusa para el saqueo y que no conlleva necesariamente un avance en el modo de vida de los colonizados. Su brutal denuncia de la salvaje represión en el Congo en “Soliloquio del Rey Leopoldo” (1905), que es, entre otras cosas, una obra pionera como foto reportaje de denuncia con esa página final que nos muestra las fotografías de las víctimas del castigo usual por rebelarse: la amputación de una mano. (Kodak el único testigo que nunca pude sobornar dice su ¿ficticio? rey ). Y destacar también la pretensión recogida en el libro de que el rey Leopoldo debería responder por sus crímenes ante una Corte Internacional.
Morgan amasa riqueza con la introducción de sus avances y no consigue inculcar ni uno de los valores que pretende, más o menos lo mismo que sucede en los procesos colonizadores.
Hay más cosas, claro, con este viaje al pasado, Mark Twain no pretende hacer alardes científicos, es solo un pretexto para escribir un relato humorístico, empapado, como es habitual en él, de sátira social y política. Las instituciones monárquicas, eclesiásticas y caballerescas reciben un buen repaso; y los personajes, un tanto grotescos y caricaturizados, a la vez que nos divierten, nos sitúan frente a la desconfianza del autor ante ciertos valores morales tenidos entonces por inamovibles.




4 comentarios:

  1. Y eso que cuando lo escribió a EE.UU. le faltaban por hacer muchas cruzadas para imponer su concepto de democracia por todo el orbe conocido.

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  2. Veo que te estás llenando de Twain, lo cual es muy saludable. Esta novela es una delicia, la peli no estaba mal.
    Saludos.

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